Cuando la madre Ferreti entra al salón, la charla no lleva mucho tiempo de haber empezado.
A pesar de ser siempre puntual, esta vez está retrasada y eso es algo que le incomoda. Sin embargo, por más de haber hecho todo lo que pudo para cumplir con el horario de la programación, la situación en ese momento se le sale un poco de las manos: llegó a Colombia el día anterior después de un viaje largo y pesado para su edad que la dejó completamente agotada, por lo que esa mañana fue muy difícil para ella levantarse.
Aún en ese momento, siendo las once del día, no se siente completamente despierta.
El lugar de la charla no está muy iluminado, la única luz emana del proyector que cuelga del techo y que enfoca directamente al escenario desde donde Enrique Santos se dirige en ese momento al auditorio.
Hay al menos unos cien exorcistas reunidos allí, todos pendientes de lo que el hombre habla.
―Dentro de los diversos tópicos que giran en torno a la bruja y el demonio, el aquelarre es, quizás, el más conocido ―expone potenciado por el micrófono que tiene en la sotana―. La palabra «aquelarre» proviene de dos vocablos vascos: «Akerr», macho cabrío y «Larre», prado.
Margueretta acerca a la madre Ferreti a la tarima para que pueda ver mejor. Enrique hace una pausa en su discurso para saludar a la exorcista con una reverencia y luego continúa hablando. Ella le devuelve el saludo con un discreto movimiento de cabeza. Algunas personas en el público la reconocen y murmuran entre ellas, señalándola.
Margueretta acomoda la silla de ruedas y se sienta a su lado.
―Estas reuniones clandestinas realizadas por un conventículo de brujos, en los prados de las afueras de la ciudad, tenían como objetivo la adoración a un dios astado que no era sino la materialización del demonio en forma de macho cabrío ―explica el sacerdote―. Si usamos a Deleuze para entender este fenómeno, podríamos pensar en este grupo de personas como una manada que se forma, se desarrolla y se transforma por contagio y por esta razón sus raíces son tan profundas en la sociedad. Hay que recordar que Deleuze plantea que allí donde hay una multiplicidad siempre habrá un individuo excepcional con quien se hará la alianza para hacer parte de la manada.
»En este contexto se puede pensar en el demonio, tal vez en su forma de macho cabrío, como el animal con quien se ha de establecer el vínculo que permitirá el contagio entre los diferentes miembros del conventículo.
»De esta manera, la brujería podría ser vista como un asunto de devenir primero porque implica una primera relación de alianza con un demonio; segundo, porque ese demonio ejerce la función de borde de una manada en la que el hombre entra por contagio; tercero, porque ese devenir implica una segunda alianza con otro grupo humano que es el conventículo y cuarto, porque este nuevo borde entre los dos grupos orienta el contagio entre el animal y el hombre en el seno de la manada.
Ferreti lucha por mantener sus ojos abiertos. La penumbra de la habitación no le ayuda en su tarea.
Lo último que quiere es quedarse dormida en la mitad de la charla de su discípulo.
Se acomoda en la silla de ruedas con la esperanza de que el movimiento le ayude a despejar un poco el cerebro y evitar así la vergüenza de ser descubierta echándose una siesta.
―Ahora bien ―continúa hablando Enrique― dentro del conventículo, dentro de esa manada de brujos de la que ya hemos hablado, existen tres grados que establecen sus funciones en las reuniones: el primero es el de los aspirantes a brujos, conformado comúnmente por niños cuya edad varía entre los siete y los trece años (siendo los diez años la edad promedio en la que reciben la iniciación) su función no es otra que la del cuidado de los demonios familiares. El segundo grado es el de los brujos novicios, quienes al haber sido iniciados gozan de los privilegios de la profanación de tumbas y del banquete que consta de carne humana, tienen un demonio familiar temporal pero carecen de la capacidad de ejercer su brujería por medio de maleficium y de la posibilidad de participar de los demás ritos de las asambleas, reservados para los brujos profesos. El último rango es el de los brujos profesos, quienes por demostrar su potencial para la maldad han sido aceptados por el demonio para engrosar sus filas recibiendo su familiar permanente a cambio de una disciplina de asistencia obligatoria a los aquelarres y un voto de sigilo en el que está prohibida toda divulgación de los sucesos del ritual. Cualquier infracción en éstas dos clausulas se castiga con la muerte.
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La danza del carnero [Tomo I: Grimorio]
Siêu nhiênEn un pueblo que se cree de brujas está escondido un pequeño libro con el rostro de un carnero. Nadie sabe de dónde vino ni cuál es su historia, pero de lo que sí están seguros es que ese es uno de esos libros que no se deberían abrir jamás. ¿Qué su...