Seda Aybara ha sido esclava desde que tiene memoria. Toda su existencia se ha reducido a servir en el cuerpo de élite de uno de los sindicatos criminales más poderosos de la galaxia, Eclipse Blanco.
Cuando Obi-Wan y su padawan, Anakin Skywalker, lle...
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Los gritos y aclamaciones de los espectadores inundaron el viejo coliseo geonosiano cuando la calesa con el prisionero salió a la arena. Anakin fue arrastrado a empujones hasta una de las columnas situadas en medio del recinto.
Obi-Wan, esposado en el pilar contiguo, observó la llegada de su padawan con una expresión a medio camino entre la resignación y la ironía.
―No sabía si habías recibido mi mensaje.
―Lo retransmití, tal como me lo pediste, maestro ―respondió Anakin, mientras un par de soldados geonosianos aseguraban sus cadenas en torno a la columna―. Después decidimos rescatarte.
―¿Decidimos? ―inquirió Obi-Wan, temiéndose lo peor.
―Seda y yo ―admitió Anakin entre dientes, esquivando la mirada del jedi.
―¡Por la fuerza, Anakin! ―Kenobi exhaló un suspiro hastiado―. ¿Dónde está ahora?
―Nos separaron al capturarnos ―contestó―. Creo que se la llevaron a una de las celdas inferiores.
El chico rodó los ojos, pero no pudo decir nada más, pues en ese momento el Conde Dooku hizo acto de presencia en el palco principal del anfiteatro, acompañado del rey geonosiano, quien, en su primitivo lenguaje a base de gruñidos y chasquidos, anunció el inicio de las ejecuciones.
Las jaulas que rodeaban el recinto de arena comenzaron a levantarse, dejando a la vista una serie de bestias, a cada cual más temible: nexu (una especie de enorme cruce entre felino y roedor con dos pares de mandíbulas), acklay (horribles depredadores semejantes a arañas gigantes) e incluso un par de fornidos reek.
―Tengo un muy mal presentimiento ―murmuró Anakin, sin apartar los ojos de las mortales criaturas.
―Calma, concéntrate ―le indicó Obi-Wan, ya preparado para enfrentar a las bestias, que cada vez estaban más cerca.
―¿Y qué pasará con Seda? ―preguntó Anakin, alzando la voz para hacerse oír por encima del griterío de los espectadores.
―No podremos salvarla si estamos muertos ―respondió Kenobi, al tiempo que giraba sobre sí mismo, esquivando por los pelos las garras de un acklay y aprovechando la propia embestida de la criatura para romper su cadena.
Anakin no se quedó atrás, si algo se le daba bien era seguir su instinto para sobrevivir. Cuando uno de los enormes reek corrió hacia él, el padawan dio una voltereta en el aire, aterrizó encima de la bestia y, a toda velocidad, enrolló su cadena en torno al cuerno que le coronaba el hocico, para luego romperla con un movimiento seco.