Seda Aybara ha sido esclava desde que tiene memoria. Toda su existencia se ha reducido a servir en el cuerpo de élite de uno de los sindicatos criminales más poderosos de la galaxia, Eclipse Blanco.
Cuando Obi-Wan y su padawan, Anakin Skywalker, lle...
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El estudio, el silencio y la paciencia nunca se habían contado entre los puntos fuertes de Seda Aybara, sin embargo, debía reconocer que trabajar en el Archivo del Templo no estaba resultando tan exasperante cómo había imaginado en un principio.
Llevaba ya un par de semanas al servicio de la maestra Yocasta, en teoría ejerciendo como su escolta personal, pero a la hora de la verdad, la anciana solo le asignaba tareas centradas en la administración e investigación. Seda empezaba a sentirse como una becaria de biblioteca mal pagada, pero cada día más ansiosa de conocimiento.
No le había pasado desapercibido que los maestros más cercanos a ella, Obi-Wan, Yoda y ahora Yocasta, parecían estar moviendo todos los hilos posibles para mantenerla alejada de la violencia y las batallas... Le molestaba, en cierta medida, pero no tanto como hubiera asegurado unas semanas atrás.
Y luego, estaba la Bóveda de los Holocrones, esa sala prohibida que semejaba llamarla a gritos cada vez que pasaba cerca.
Mentiría si dijese que no la intrigaba. Se moría por entrar y descubrir los secretos mejor ocultos de la Orden, enterarse de las profecías milenarias y excavar en los orígenes de la organización... Hacía tiempo que no se sentía identificada en sus normas y procederes cotidianos; tal vez, en esa sala descubriese lo que su alma precisaba para renovar y afianzar su vínculo con los jedi.
Necesitaba volver a entenderlos, comprender las bases de su historia, más allá de esa sarta de reglas adoptadas como irrefutables a base de mera repetición.
—¿No te aburres? —Kai la miró por encima del hombro, mientras la ayudaba a colocar un conjunto de archivos en los estantes superiores del sector dedicado a las Hierbas Sanadoras.
—Sigo entrenando con Obi-Wan, y tengo más tiempo para ver a Padmé y a Vespe —murmuró Seda, concentrada en su tarea—, aunque sí, extraño la acción. —Sacudió la cabeza—. ¿Por qué?, ¿me echas de menos en el frente? —añadió, con una mueca burlona.
—Sí. —Kai no se molestó en negarlo—. Y no soy el único, el maestro Skywalker está de un humor de perros desde que no te ve a diario...
Sin apartar la mirada de la pila de pergaminos que clasificaba en ese momento, Seda arrugó la nariz. ¿Era imaginación suya, o Kai acaba de lanzarle una indirecta?
—Anakin tiene un carácter muy particular —apuntó, con intención de zanjar el tema.
—Sobre todo cuando se trata de ti —insistió Kailen.
Esta vez no hubo lugar a dudas. Seda se volvió hacia su amigo, quien acababa de tomar asiento en el suelo, junto a ella. Una mueca comprensiva y, al mismo tiempo, dominada por cierta preocupación le cubría el rostro.