Cap. 23- La aprendiz de Dooku

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Tras liberar al planeta Cristophsis de la ocupación separatista, los jedi Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker junto con sus padawan se dirigen a una nueva misión. El hijo de Jabba el Hutt, poderoso señor del crimen, ha sido secuestrado por una banda de cazarrecompensas. En un acto sin precedentes, Jabba manda una señal de auxilio a la Orden Jedi; como pago por la liberación de su heredero, ha prometido garantizar el apoyo de su imperio al bando republicano. Ventaja que el Senado Galáctico no está dispuesto a dejar pasar. 


Cuando el líquido desinfectante entró en contacto con la piel de su pecho, Anakin apretó los dientes, aguantando una mueca de dolor.

―¿Quién te ha enseñado a tratar una herida? ―jadeó, aun con una semi sonrisa en los labios.

―Nadie. ―Seda respondió sin alzar la cabeza, concentrada en limpiar el corte que el jedi había recibido apenas un par de horas atrás, durante el combate en Cristophsis.

―Ya veo... ¡Ah! ―Un gemido escapó de su garganta. Se aferró los bordes de la camilla sobre la que estaba sentado, y trató de concentrarse en otra cosa; pero por desgracia, la salita médica de la lanzadera no contaba con nada lo suficientemente interesante como para distraer su atención. A excepción, por supuesto, de la propia Seda.

Los dedos de la joven le acariciaban la piel con sumo cuidado mientras se mordisqueaba el labio inferior en un gesto de concentración que él encontró adorable. Con este pensamiento en mente, casi se sintió agradecido con el droide que había logrado herirlo.

―Por la fuerza, Anakin, deja de quejarte. Solo es un rasguño. ―Ella chasqueó la lengua, restándole importancia―. Has recibido heridas mucho peores. ―Se echó hacia atrás―. Esto ya está.

―¿Segura? ―Anakin posó la mirada en su propio pecho. Justo bajo las costillas se adivinaba un considerable corte que, si bien no le restaría eficiencia, sí le resultaría bastante incómodo los próximos días―. No me fío de tus capacidades como enfermera, creo que deberías seguir practicando. Tienes suerte, me ofrezco voluntario como cobaya. ―Un brillo travieso iluminó sus iris azulados.

―Anda, vístete. ―Ella negó divertida, pero no apartó la vista del torneado pecho masculino mientras él volvía a ponerse la camisa negra de sus ropajes jedi.

Anakin lo notó y no pudo evitar sonreírle con cariño y cierta picardía.

―Ven aquí. ―La atrajo hacia él tomándola de la cintura. La estrechó entre sus brazos y luego ambos se fundieron en un prolongado beso, olvidando por unos segundos que Obi-Wan y Kai se encontraban a solo una puerta de distancia, en la cabina principal de la nave.

Cuando se separaron, Seda tomó aire.

―Deberíamos hablar de esto. ―Apoyó la espalda contra el torso de Anakin, todavía sentado en la camilla. Los brazos del chico la envolvieron desde atrás de manera protectora―. ¿Qué vamos a hacer? ―añadió con la mirada perdida en el estante de los suministros médicos.

El legado de la Orden Jedi » Star WarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora