Cap. 13- Negociaciones agresivas

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Se asomó al borde del balcón. En los jardines, dos pisos por debajo, su joven pupila se entretenía con los pequeños gemelos de la cocinera, dos niños de diez años que rebosaban energía y no conocían la palabra vergüenza.

La senadora sonrió enternecida al verla.

―Padmé ―Anakin salió a la terraza y se aproximó hasta apoyarse en la baranda a su lado―, ¿podemos hablar?

―Ya está todo aclarado ―Ella le dedicó una breve mirada conciliadora.

―Yo no lo creo ―Él negó, intranquilo―. Sé que lo de ayer estuvo fuera de lugar, pero no quiero que pienses que fue solo un impulso o un capricho ―Por un momento, su mirada se posó en los jardines, sobre la esbelta figura de Seda, quien jugaba con los niños ajena a su conversación. De repente sintió un peso en la boca del estómago, una especie de incómodo vacío. Sin embargo, sacudió la cabeza e ignoró la sensación. Volvió a clavar los ojos en Padmé, la mujer que había ocupado sus sueños desde que tenía nueve años―. Yo siempre te he admirado, desde que era un niño no he dejado de pensar en ti...

―Exacto, Anakin ―Ella lo interrumpió sin contemplaciones―. Te lo dije ayer, y te lo repito hoy: Me siento halagada, de veras, pero todavía eres muy joven. No distingues el amor de la admiración.

―Sé bien lo que siento ―contestó muy serio y algo molesto.

Ella exhaló un suspiro y tomó las manos del chico entre las suyas en un gesto maternal. Apreciaba a Anakin, lo apreciaba mucho, y mentiría si dijera que no la había impresionado el increíble cambio físico que había experimentado el muchacho en los últimos diez años. No obstante, tenía muy claras sus prioridades y sus deberes. Los de ambos.

―No estás enamorado de mí, Anakin ―sentenció, mirándolo fijamente a los ojos. Tras una breve pausa, esbozó una leve sonrisa―. Eres muy importante para mí, no me gustaría tener que sacrificar nuestra amistad. Lo de ayer no puede volver a suceder, pronto tú serás un jedi, y yo seguiré siendo senadora, ¿lo entiendes?

El chico apretó los labios en una fina línea. No podía evitarlo, le dolía que Padmé lo tratase como a un niño, que infravalorase sus sentimientos... Sin embargo, él tampoco quería arriesgarse a perder la amistad de la senadora. Al parecer, debía aprender a conformarse.

―Lo entiendo ―aceptó, en un tono tan sosegado y maduro que se sorprendió a sí mismo―. Pero quiero que sepas que, pase lo que pase, siempre podrás contar conmigo ―añadió, esta vez con una sonrisa confiada.

Padmé asintió, agradeciéndole de corazón el ofrecimiento. A continuación, volvió a apoyarse contra la baranda, siendo enseguida imitada por el muchacho. Ambos soltaron una breve carcajada al ver como los pequeños prácticamente se abalanzaban sobre Seda y la tiraban al suelo como parte del juego de balón que estaban practicando.

El legado de la Orden Jedi » Star WarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora