Seda Aybara ha sido esclava desde que tiene memoria. Toda su existencia se ha reducido a servir en el cuerpo de élite de uno de los sindicatos criminales más poderosos de la galaxia, Eclipse Blanco.
Cuando Obi-Wan y su padawan, Anakin Skywalker, lle...
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*En multimedia, Seda con su outfit en la Ceremonia
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Para cualquier eriadense, ostentar un empleo en el Palacio Real era todo un honor. Sobre todo, desde que su anhelada princesa había regresado, devolviéndole al planeta la estabilidad gubernamental de su tradicional, pero próspero, sistema monárquico.
A lo largo de esos siete meses, con la ayuda incondicional de Padmé, el senador Organa, la familia Blue, el maestro Plo, y otros destacados miembros de la República, Seda había trabajado para poner fin a las rencillas políticas que durante los once años de su desaparición habían agitado el bienestar administrativo de su planeta natal.
Un proceso largo, pero no difícil. Como bien había dicho Vespe, los pilares ideológicos de Eriadu eran la tradición y la lealtad. El pueblo la adoraba, adoraba su apellido y adoraba no tener que seguir lidiando con extranjeros aspirantes al gobierno.
Decenas de eriadenses se sentirían complacidos de servirla en esa noche tan especial y, sin embargo, ella había querido que solo Padmé la acompañara durante los minutos previos a la ceremonia.
Las dos jóvenes estaban en la alcoba de la princesa. La senadora, ya elegantemente vestida, daba los últimos retoques al peinado de Seda (una pequeña manía que habían adquirido durante su tiempo como mentora y pupila), mientras Seda, sentada frente al tocador, repasaba por centésima vez su discurso en la pantalla holográfica del espejo.
―¿Está mal que me sienta como si estuviera a punto de quitarme un peso de encima? ―preguntó la más joven, al tiempo que apagaba la reproducción, con un suspiro de cansancio.
Padmé alzó las comisuras de los labios. Seda era la persona más sincera que conocía, a pesar de que, como buena política, había aprendido a maquillar sus palabras, siempre que podía lo evitaba; ella era más de soltar lo primero que le pasaba por la cabeza, sin filtros.
―De ninguna manera ―respondió―. Estoy orgullosa de ti, has sabido compatibilizar los deseos y necesidades de tu pueblo con los tuyos. No cualquiera es capaz de hacer eso.
A través del espejo, Seda le devolvió una sonrisa agradecida. Lo último que necesitaba era empezar a dudar ahora de todo el trabajo realizado durante esos meses.
A pesar de que quería hacer definitiva la paz política en Eriadu, desde el principio había tenido claro que ella no había nacido para ser reina, en el mejor de los casos, ese habría sido el papel de su hermana Sya. Sin embargo, tampoco podía privar a los eriadenses de una tradición que para ellos significaba tanto, la monarquía de la casa Aybara.
Por esto, había llegado a un acuerdo, tanto con la cámara de lores, como con los habitantes del sector planetario. A partir de esa noche, comenzaría en Eriadu un nuevo sistema político que aunaría las viejas costumbres con las nuevas ideologías. Ella mantendría el título de Princesa Honorífica, como representante del antiguo sistema, pero el auténtico poder ejecutivo y la responsabilidad de gobierno descansarían sobre un nuevo Rey Regente escogido democráticamente cada cierto tiempo por el pueblo, y necesariamente aprobado por la Princesa. En esta ocasión, el elegido había sido Taron Blue.