Cap. 3- Estallido de fuerza

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El aroma dulzón y especiado de la alcoba la recibió de lleno en cuanto cruzó el umbral. Seda arrugó la nariz. A esas alturas ya debería haberse acostumbrado, pero seguía sintiendo náuseas cada vez que penetraba en la estancia.

―Te has retrasado. ―Rastan le daba la espalda. Se estaba sirviendo una copa en actitud relajada. Seda era consciente de que lo hacía para provocarla. El echani se giró con parsimonia hacia ella―. Espero que tengas una buena justificación.

―Lo siento, amo, me he distraído ―se limitó a contestar la joven, dirigiendo una mirada de soslayo hacia la espada de Anakin, exhibida en un marco sobre el cabecero de la cama como si fuese un galardón de guerra.

Él le respondió con una expresión desconfiada, pero no hizo ningún comentario al respecto. Se mantuvo en su posición, ligeramente recargado sobre la mesa.

―Deja las armas, Seda. Sabes que aquí no te sirven para nada ―ordenó.

La esclava se llevó las manos al cinturón. Con toda la lentitud posible, desenganchó la electrovara y la dejó sobre la cómoda que tenía a su derecha. Luego sacó la pequeña daga que guardaba en su bota y, por último, se desprendió del cinto, repleto de dardos cargados con distintos tipos de venenos no letales.

Rastan no le quitó los ojos de encima durante todo el proceso.

―¿Intentas hacerte la dura, preciosa? ―Una mueca fanfarrona asomó a sus labios.

―¿Qué? ―Ella arqueó las cejas, desconcertada.

El líder de Eclipse Blanco respondió con una risa petulante:

―Tranquila, solo bromeaba. ―Dejó la copa que había estado degustando sobre la mesa y se acercó a ella, para tomarla de las muñecas con delicadeza y llevarla con él hasta el borde de la cama, donde se sentaron―. Sé que ya no haces eso. Has aprendido mucho desde la primera vez. ―Le acarició el rostro―. Te has convertido en mi esclava más... cumplidora ―añadió con una sonrisa torcida.

Seda se ciñó a apretar los puños y a morderse la lengua, conteniendo la rabia y el odio que sentía. Tal como había hecho cada noche a lo largo de los últimos tres meses.

Pero esta vez sería distinta.

Rastan agarró ambas mejillas de la joven con una mano y la besó en los labios de forma repentina, sin embargo, ella lo empujó con brusquedad. Apenas pudo moverlo, pues él la superaba en fuerza y envergadura, pero al menos bastó para cogerlo por sorpresa.

―¿Qué se supone qué estás haciendo? ―inquirió él, enfadado y extrañado al mismo tiempo―. No creo que sea necesario que te recuerde lo que les pasará a tus amigas si no me obedeces.

El legado de la Orden Jedi » Star WarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora