Capítulo 3

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Cuando llegamos al hotel nos encontramos dos muertes más de otro de los grupos que habían salido a por víveres. Aunque era algo normal para nosotros en estas circunstancias siempre nos afectaba, somos muchos nos conocemos todos y somos como una gran familia que trata de sobrevivir a una guerra. Cuando muere alguno de nosotros es como si muriera nuestro hermano o hermana, padre o madre, hijo o hija. No es justo, pero es a lo que nos arriesgamos si decidimos luchar por lo que creemos.

-¿Estás bien? -me preguntó Laura.

-Sí -le respondí aún sumida en mis pensamientos.

Me pasa un brazo por mi hombro y me da un beso en la mejilla.

-Puedes desahogarte conmigo.

-No necesito desahogarme. Necesito que esto acabe ya -respondo ofuscada, pagando mi frustración con quien menos se lo merece, así que relajo el tono-. Estoy cansada de tantas muertes y de tener que jugarnos la vida cada vez que salimos de aquí.

-Lo sé, yo también estoy harta, pero el que esto acabe no depende de nosotros.

-Ey, chicas.

La voz amigable de Ginés nos interrumpió la conversación. Caminaba hacia nosotras con Andrea a su lado, eran como nosotras, nunca se separaban.

-¿Qué os parece si esta noche cenamos los cuatro juntos?

-¿Cena de parejas? -pregunté entusiasmada.

-¡Sí!

Andrea se puso a dar saltos de alegría, a veces la veíamos un poco niña para tener 20 años. Nos sorprendía que después de todo lo que hemos vivido siga teniendo esa inocencia y entusiasmo por la vida.

-En el restaurante del hotel, a las 10. ¿Os parece bien? -habló Ginés planeandolo todo.

-Claro, allí estaremos -respondió Laura.

La última vez que cenamos con ellos fue al poco de conocernos. Esa noche nos la pasamos muy bien, eran muy divertidos. Como siempre, la encargada de la cena sería Mamá Lola. Ella era una mujer de 55 años que al comienzo de la guerra perdió a su marido y a sus hijos, ella fue la única que se salvó. Pero para nada lo lleva con alegría, lógicamente. Siempre dice que hubiese preferido morir ella antes que su familia. Así que nosotros decidimos adoptarla como la Mamá de los Rebeldes. Todos, sin excepción, siempre que necesitábamos algo, cualquier cosa, acudíamos a ella para que nos ayudara. Una de sus especialidades era la comida, y teniendo a varias chicas de pinche, se encargaba del desayuno, almuerzo y cena de todos los días.





Antes de la cena fuimos a hacerle una visita a Guille. Gracias a un buen médico que estaba con nosotros había conseguido recuperarse de su pierna, aunque aún cojeaba un poco y tenía que seguir haciendo reposo cuanto más tiempo mejor. Para Paola era un alivio. La idea de que fuera con algún grupo a jugarse la vida para conseguir la comida no le hacía ni la menor gracia. Estaba todo el día junto a él como si fuera su enfermera. Se encargaba de llevarlo y traerlo en la silla de ruedas que le habían conseguido en un hospital desalojado.

Cuando llegamos a la habitación Paola se estaba duchando. Guille estaba en la cama, con la pierna sobre varios cojines para mantenerla en alto, y leyendo un libro. En el hotel, como en el resto de la ciudad, no había tele, así que teníamos que entretenernos leyendo. Para ello, un grupo se fue hasta una biblioteca y rescató todos los libros que pudieron.

Realmente el hogar que habíamos construido en este hotel era el mejor, no nos faltaba nada, excepto que no hubiera más muertes.

-¿Cómo estás? -le preguntó Adriana sentándose en el borde de la cama.

-Bien. Estoy deseando recuperarme del todo.

-Tienes que estar harto de estar tumbado en la cama o sentado en la silla.

-¿Harto? Eso es poco. Tengo el culo que no lo siento.

Adriana y yo reímos a su comentario.

-Y además, quiero estar en perfecta condición para cuando llegue el día.

-¿El día? -pregunté extrañada.

-El día en que matemos al cabrón que nos tiene así.

-¿Vas a venir con nosotros?

-Por supuesto. Aunque sé que me costará una discusión con Paola, ella no quiere que vaya.

-¿Vendrás a escondidas? -preguntó Adriana.

-Qué remedio me queda. Yo también quiero luchar, he perdido a mi familia, me duele esta situación.

En ese momento oímos como Paola salía del baño. Guille puso su dedo entre sus labios para pedirnos silencio. Nosotras nos miramos dubitativas y él puso las manos juntas rogándonos. Finalmente asentimos a su petición. No soy muy aficionada a meterme en los problemas de pareja, cada uno que se las arregle como pueda.

-Chicas, ¿qué hacéis aquí? -preguntó Paola saliendo con una toalla puesta.

-Hemos venido a ver cómo estaba Guille -contestó Adriana.

-Oye, Ginés y Andrea nos han invitado a cenar esta noche, en plan parejitas.

-¡A nosotras también! -gritó Adriana ilusionada.

-¡Que bien! Por lo menos nos olvidaremos de todo por un rato y lo pasaremos bien. 

Sobrevive como puedas (Trilogía "Como puedas". Tercera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora