Capítulo 8

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La ceremonia de homenaje a nuestros compañeros sucedió normal, como cada viernes, se le hizo a cada uno una dedicatoria y nos despedimos de ellos, algunos entre lágrimas, enterrando sus cuerpos en el bonito jardín que había en la parte de atrás del hotel. El jardín ya estaba lleno de cuerpos sin vida. Durante la cena, Lola volvió a demostrar, como cada día, lo buena que es cocinando para tanta gente. Pero las cosas no parecían que fueran a suceder del todo bien, los soldados no eran tontos, nos habían estado observando sin que nos diéramos cuenta. Durante la cena nos reuníamos todos, sin excepción y eso contaba también para los guardianes que pasaban día, tarde y noche, rodeando el hotel para protegernos si hay peligro. Los viernes teníamos nuestro refugio sin protección y los militares lo aprovecharon.

Nadie se dio cuenta de la invasión que estaba sufriendo nuestra casa hasta que varias bombas de gas lacrimógeno estalló en el comedor del restaurante donde estábamos todos allí cenando entre risas. Esas risas se convirtieron en gritos. Todos nos levantamos asustados y muchos empezaron a correr de un lado a otro sin saber dónde ir. Muchos otros ya estaban sufriendo los efectos de ese gas. Yo me levanté de mi asiento como hicieron todos, pero Laura no me dejó, por suerte, correr despavorida. Tiró de mi mano hacia abajo y me metió debajo de la mesa donde estaban también muchos de nosotros. Me cogió el cuello de mi camiseta y me lo subió hasta la nariz como ella lo tenía puesto. Lo único que veíamos eran pies corriendo de un lado a otro unido de gritos desesperados.

Esto es lo que causa el estado de pánico, que no sabes reaccionar y lo único que haces es poner tu vida en peligro. Pronto el gas empezó a desaparecer y entonces pasamos a oír una voces autoritarias seguida de disparos. Los guardianes, llamado así el grupo que se encargaba de protegernos en estos casos, no tardaron en desenfundar sus armas y responder a los disparos. Bajo la mesa estábamos asistiendo a una batalla campal en mitad de un comedor.

-Nos han hecho una emboscada -decía Laura entre dientes.

Yo era incapaz de articular palabra, supongo que ese es otro síntoma de pánico, estaba muy asustada en estos momentos. ¿Cómo no estarlo? Si los guardianes no conseguían hacerse cargo de la situación y acabar con esos soldados estaríamos todos muertos. Por mi cabeza pasaron entonces la imagen de nuestros amigos y me puse a buscarlos con la mirada. A lo lejos pude ver a Guille con su pierna aún dolorida y a su lado, Paola, como siempre. Respiré aliviada. Al otro lado estaba Bárbara llorando asustada, pero ni rastro de Ginés y Andrea. O estaban en otra de las dos filas de mesas... o estaban fuera tratando de huir. Temí por sus vidas. Los disparos continuaban y cientos de pies seguían corriendo de un lado a otro.

No pude contener un grito de susto al ver como al final de la mesa alguien levantaba el mantel que lo cubría hasta por la mitad. Pensé que era un soldado, pero no, era uno de los guardianes que nos ordenaba que saliéramos por la parte de atrás de la mesa, la que daba a la salida del comedor. Iban a tratar de cubrirnos para que pudiéramos salir y correr hasta nuestras habitaciones. Era nuestro único lugar seguro. Todos, en aglomeración, empezamos a gatear por el suelo desesperados por salir cuanto antes.

Nosotras nos íbamos acercando cada vez más y yo tenía el corazón en la garganta. No sabía qué iba a encontrarme al salir de la mesa y temía que nos acribillaran a balazos. Cuando por fin nos tocó, respiré hondo y salimos de la mesa. Vi entonces a unos 6 o 7 guardianes a nuestro alrededor que con sus cuerpos nos tapaban haciendo una especie de muro humano. Laura me cogió de la mano y tiró de mi corriendo hasta la salida del comedor. No me hizo falta mirar para saber que los soldados estaba en todos los lados, nos tenían rodeados. Aún así debíamos correr e intentar salvarnos cuantos más mejor.

Había oído el despliegue de armas que los guardianes tenían y seguían consiguiendo cada día y que guardaban en lugar seguro para la "batalla final" como todos decíamos. Hasta ese día no lo vi. Cuando pasamos el muro humano vimos a Ginés y Andrea que se estaban encargando de entregar pistolas a los que salíamos de las mesas para protegernos durante el camino hasta nuestras habitaciones. Me hubiera encantado decirle que se vinieran con nosotros, que se salvaran también, pero en una situación como esta todo pasa demasiado rápido y solo tienes tiempo de salvarte a ti misma. Yo no solía disparar mucho, no me gustaba. Antes hubiera jurado que jamás dispararía un arma, pero al llegar aquí no tuve más remedio que hacerlo. Laura seguía sin soltarme en ningún momento, aunque parecía estar más tranquila y con la mente preparada para no entrar en pánico, en sus ojos pude ver el miedo a que nos pasara algo, pero ella no suele exteriorizar sus miedos.

Sobrevive como puedas (Trilogía "Como puedas". Tercera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora