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¿Quién demonios estaría golpeando la puerta a las 7:05 de la mañana?

Tres golpecitos en la puerta de mi dormitorio hicieron eco ásperamente en la planta baja. Mamá iba a morder esos traseros por interrumpir su rutina mañanera.

- Adelante - grite,explorando toda mi lista de reproducción del iPod antes de pulsar sincronización. La música hizo que correr fuera más tolerable. Apenas. Correr era infernal, pero ya había calculado hasta dónde tenía que ir paracompensar los dulces de leche de navidad que había devorado durante el resto demi visita a casa.

El termómetro fuera decía que había diez grados, y las esculturasde hielo humanas se encontraban sobrevaloradas, así que Colorado en navidadsignificaba que sería la ciudad de las cintas de correr.

Bien por mí. Los rizos rubios rojizos de Gus aparecieron a través de la pequeña aberturade la puerta, mis gafas de laboratorio de química básica puestas en su frente.

Ellas le dieron a su cara de siete años de edad y fruncida un aspecto de científico loco.

—¿Qué tal, amigo? —le pregunté.

—¿Ember? ¿Puedes abrir la puerta? —rogó.Bajé la música que salía de mi portátil.

—¿La puerta?

Él asintió, a punto de perder las gafas. Mis labios se torcieron, luchando conuna sonrisa que se extendió por mi cara mientras trataba de no reírme.

—Se supone que tengo que ir a hockey, y mamá no va a abrir la puerta paracompartir el coche —dijo. Puse mi mejor cara seria al mirar hacia atrás en el reloj.

—Está bien, Gus, pero son solo las siete, y no creo que tengas hockey hastala tarde. Mamá nunca se olvida de un entrenamiento. —Yo había heredado una personalidad perfeccionista de alguna parte.

Dejó escapar un suspiro exasperado.

—¿Pero qué pasa si es antes?

—¿Seis horas antes de tiempo?

  —¡Bueno, sí! —Él me dio una mirada con los ojos abiertos, declarándomecomo la hermana más estúpida de la historia.

—Está bien, amigo —cedí como siempre. La forma en que había lloradocuando me fui a la universidad el año pasado más que nada le dio vía libre al niñohacia mi alma. Gus era la única persona por la que no me importa salirme de lo programado.

Comprobé Skype una vez más antes de cerrar mi portátil, con la esperanza que vería a papá aparecer en línea. Él se había ido hace tres meses, dos semanas y seis días. No es que estuviera contándolo.

—Va a llamar hoy —prometió Gus, abrazando mi costado—. Tiene quehacerlo. Es una regla o algo así. Siempre tienen que llamar para el cumpleaños de sus chicos.

Forcé una sonrisa y abracé su cuerpo escuálido. No importaba que yocumpliera veinte años hoy, solo quería saber de papá. Los golpes sonaban denuevo.

—¡Mamá! —llamé a gritos—. ¡La puerta! —Agarré una cinta de pelo de miescritorio y la sostuve en mis dientes mientras me recogía el pelo largo en unacoleta antes de ir a correr.

—Te lo dije —murmuró él en mi costado—. Ella no va a responder. Es comosi quisiera perderse el hockey, ¡y sabes que eso significa que voy a apestar parasiempre! ¡No quiero que el entrenador Styles piense que apesto!

CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora