Tom despertó la mañana de Navidad con un profundo dolor de cabeza. Harry era demasiado terco para su propio bien. A veces, no tenía idea de qué hacer con aquel jodido mocoso. Sus instintos decían que lo asesinara antes de que se transformara en un problema más grande del cual ya era, pero su pacto no le permitiría hacerle daño.
Jodido fuera el día en que decidió hacer un pacto con Harry Potter y su alma tan extraña.
—Hey, Tom.
Tom levantó la cabeza de la almohada. Sabía que cosas como esas no ocurrían muy a menudo: Harry despertando antes que él y esperándole a que abra los ojos como si de un angelito se tratara.
—No estoy de humor —gruñó, enterrando la cara en la almohada. Harry suspiró audiblemente. Y luego otra vez. Y luego otra más. Tom debió levantar la cara, mirándole ceñudo—. ¿Qué cojones, Harry? Es la puta navidad. Los demonios no nos llevamos bien con celebraciones santificadas por cualquier tipo de iglesia. La puta aura de pureza está en cada jodida intención y puedo decirte que me repele.
Harry mordió su labio, de forma quizá algo muy fuerte. Entonces, Tom observó que entre sus manos había una caja envuelta en papel común de empaque. Y deseó darse la cabeza contra la pared, hacer un hueco y gritar.
Claro. Harry y sus tradiciones.
Los Dursley nunca le habían dado regalos de Navidad. La primera Navidad que pasaron juntos, Harry le informó este hecho, y Tom había hecho una cena pomposa con todo lo que Harry pudiera desear comer, y le había comprado cualquier regalo que Harry hubiera pedido durante las semanas previas, desenfundando la tarjeta de crédito de Vernon Dursley con una sonrisa sardónica.
La segunda Navidad fue casi igual, con el dote extra de que Harry había tenido una visita sorpresa: Marjorie Dursley, la hermana fofa, bigotuda y desagradable de Vernon. Y Harry la había pasado muy bien; Tom le había dado una clase de embalsamamiento, y Harry la había aplicado con la mujer estando en vida.
Esta sería su tercera Navidad. Y Tom se sentía como un idiota.
Bueno, en su defensa, él ya le había dado uno de sus regalos.
—Bien —gruñó—. ¿Qué tienes ahí?
Harry se encogió de hombros.
—Nada muy caro, no arriesgándome a que McGonagall pudiera ver qué compraba. Es más bien... algo significativo.
Tom alzó la ceja, curioso. Se levantó de la cama y se despeinó con los dedos, sólo para divertir a Harry; consiguió sacarle una diminuta sonrisa.
—Déjame ver ese puto regalo y puede que saque algunos de los que tengo para ti.
Los ojos de Harry brillaron.
—¿Regalos? —sus mejillas se colorearon—. ¿MÁS?
Tom asintió y salió de la cama, tomando asiento junto a Harry. El niño también estaba en pijama, un pijama suave y plateado, y Tom no se sentía tan tonto con sus pantalones azul oscuro de tela suave y su camiseta con algún logo comercial, porque sinceramente no era del tipo que usaba pijamas, no al menos después de considerar que gastaba un dineral en ellos para que Harry los rompiera de alguna forma "sin intención".
Harry le alcanzó el paquete. Tom lo desenvolvió, rasgando el papel, revelando una caja negra que parecía contener algún tipo de joya. Al abrirlo, sus ojos relucieron.
Jodida puta mierda.
El guardapelo de Salazar Slytherin sobresalía en el terciopelo azul noche. Sus ojos observaron, maravillado, cada contorno, cada relieve de las esmeraldas en "S", cada pequeña curva en la cadena. Sus dedos acariciaron con suavidad las piedras preciosas, sintiéndose extrañamente completo, como si hubiera una mística conexión entre aquél guardapelo y él mismo.
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Dead from the neck up
FanfictionHay que ser muy estúpido para invocar un demonio sin saber que lo estás invocando. Aún más cuando tienes nueve años, acabas de matar a tu primo por accidente (que tal vez no haya sido tan accidentado, pero vale, nadie tiene por qué saber eso), y tod...