{ 1 · Demonio }

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—Entonces —el niño examinó con ojos curiosos al hombre. Alto, delgado, de piel blanca y cabellos rizados tan negros como la noche. Sus ojos relucían como dos grandes gotas de sangre—. ¿Eres un… demonio?

El demonio asintió. Para ser un demonio, lucía muy humano.

Harry se encogió de hombros.

—Entonces, seguramente querrás matarme.

El demonio puso los ojos en blanco, como diciendo "¿Acaso me estás jodiendo?".

Harry soltó un bufido.

—Bueno, si quieres matarme, hazlo ahora. De todas formas, mis tíos me matarán cuando despierten.

El demonio arqueó una ceja, curioso. Harry procedió a contarle:

—Tengo un primo, Dudley. O más bien, tenía. No lo sé. Él tiene nueve, también, al igual que yo. Es sólo unas semanas mayor. O era. Bueno, la cosa es que me enfadé con él porque rompió una foto de mi madre, la única que tenía y que encontré en el desván mientras limpiaba, y supe que era mi madre porque tenemos los mismos ojos, y me enfadé, y le estallé la cabeza.

El demonio parpadeó, sus cejas arqueándose, entre intrigado y divertido. Harry sintió un leve sonrojo cubrir sus mejillas.

—¡Vale, no sé cómo hice que eso ocurriera! Es sólo que, me enfadé con él, y su cabeza comenzó a ponerse cada vez más roja y más hinchada, y yo sentía mucha furia, y mucha rabia, y mi primo comenzó a llorar y sus ojos estallaron como un globo cuando lo llenas con mucha agua, y luego brotó sangre de sus oídos, y de pronto… ¡BAM! Había cabeza, sesos y cosas rojas de Dudley por toda la habitación. Y tuve la certeza de que yo había hecho que eso ocurriera. ¡Y fue alucinante!

El demonio esbozó una extraña sonrisa, que más que sonrisa, lucía como una mueca. Sus comisuras se alzaron. Parecía una extraña versión de sonrisa malévola.

—Así que —Harry mordió su labio— creo que, si eres un demonio y quieres matarme, no deberías esperar mucho. Prefiero morir por un demonio, que será una de las cosas más guays que me habrán ocurrido en mi vida, a retorcerme días y días de fiebre por los azotes en mi espalda con un cinturón, que me desgarrarán la carne, la llenarán de pus, costras, me impedirán moverme, y moriré de infección, inanición, sed, o tal vez devorado vivo por las ratas; en mi alacena debajo de las escaleras hay muchas. Lo que ocurra primero.

El demonio parpadeó, como si con aquel débil movimiento fuera a comprender lo que ocurría por la cabeza de aquel pequeño.

—Hey, demonio —Harry frunció el ceño—, ¿acaso te comió la lengua el gato?

El demonio le expuso una lengua larga y de punta. No era en forma burlona ni nada por el estilo, sino demostrando que aún estaba en su boca. Harry frunció el ceño.

—Entonces, ¿por qué no hablas?

El demonio señaló con la cabeza la pequeña situación en la que se encontraban: Harry estaba sentado con su diminuto cuerpo sobre su pecho, sus rodillas apresándole los brazos contra el suelo. Su mano izquierda apretaba su cuello con fuerza contra el asfalto del callejón de la calle Magnolia (aunque, a pesar de que usara fuerza, no parecía haber pulso bajo sus dedos, ni sangre enrojeciendo su rostro). En su mano derecha, la hábil, una afilada navaja jugueteaba con algunos rizos negros.

En ese preciso instante, Harry se preguntó (de verdad se preguntó) quién de los dos era el demonio ahí.

Pero luego se encogió de hombros. Vale, las cosas no podían empeorar, ¿verdad?

Dead from the neck upDonde viven las historias. Descúbrelo ahora