El luto.

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Nota: Esta parte se desarrolló antes de que Italia y Alemania fueran asesinados. Lo considero, mas que como un capítulo, como un side-story en él que retrato como fue la muerte de los chicos en la carne de Lovino y Gilbert.

•••

—¿Osea que simplemente te fuiste? —Sin muchos ruedos, Gilbert quería tomar él hacha de Antonio y separarle la cabeza del cuello de un saque.

—¿Que querías que hiciera? ¿Que podría hacer yo desde afuera de la jaula, genio? —Si antes la lucha era entre Roma y Alemania, ahora era entre Prusia y España, y nadie se atrevía a meter mano entre los dos imperios.

—Y no se, hombre. Tu eres él gran imperio, y tu eres él que estaba en ese lugar. —

—Claro, entonces, según tu, lo que debía hacer era conseguir meterme ahí a que me hagan quien sabe que cosa. Asombrosa idea, o gran estratega. —Gilbert se llevó los dedos al puente de la nariz, tratando de no atestarle un buen golpe en la cara al hispánico.

—No, pedazo de imbécil. —Al albino solo se le salió, que decir. Estaba preocupado. —Pero tampoco era la idea huir de ahí.

—¡Feliciano me pidió que me vaya! ¡Yo no me habría ido! —Le recriminó España al prusiano. Este soltó una risa.

—Claro, Antonio. ¿Y desde cuando tu obedeces a cada regla de Italia? Ya pareces Ludwig. —El ibérico se puso coloreado de rojo, y simplemente reaccionó sin pensar. En un segundo, estaba rodando en él suelo, dándose a puño y patada limpia con Gilbert. Los demás se acercaron, solo para encontrar que Prusia, pese a llevar 70 años muerto, era mil veces mas efectivo en momentos de lucha que España, y él hecho de que este no pudiera ni plantarle pie un segundo era la prueba.

La espalda del castaño pegó fuerte contra la pared, y Prusia se acercaba lentamente, dispuesto a mandar a callar al ibérico. Antonio cerró por un momento sus ojos, pero él ruido de algo callendo lo detuvo. Al recuperar la visión, él germánico yacía tendido en él suelo.

—... —El castaño puso su mirada en los demás países, levantando las manos. —Yo no le puse un dedo encima. —Resaltó, y todos se acercaron a ver que había ocurrido. Muchos quedaron blancos al ver como al prusiano le sangraba la nariz. Comenzó a toser, y al momento, ya tenía la boca escupiendo sangre. Lo pusieron de lado con un poco de esfuerzo.

Él joven abrió los ojos, buscando con la mirada desenfocada algo. Por las muecas que hacia, no lo encontraba.

—¿Donde esta...? —Preguntó él peliblanco, extendiendo su mano hacia él pasillo vacío. —¿Donde esta... Mi hermano?... N-no puedo verlo... —Otro ataque de tos repentino. —... L-Ludwig... No puedo verlo... —Todos se miraron entre ellos. ¿A que podía estarse refiriendo?

Con la ayuda de, principalmente, América, se las apañaron para alzarlo y llevarlo a la enfermería, pero desde allí venia Seborga, él cual había aparecido para apoyar al mayor de los italianos a falta de Feliciano. Se tambaleaba de lado a lado.

—R-Roma... Hace un segundo estaba tosiendo sangre. Creo que algo le pasó a... —Todos hicieron silencio. Algunos ojos estaban sobre él castaño, otros sobre él albino.
¿Era posible?

—S-Supongo que ahora... Yo soy Alemania...— Murmuró él albino, soltando una risa sin gracia, apoyando los pies en el suelo con pesadez. Dio unos pasos, pegando él hombro a la pared, dirigiéndose a la habitación del joven, dispuesto a comunicarle lo que creía que ya sabia.

—¿Pero... Y Alemania? ¿Que le va a pasar? —Preguntó España. Él germánico giró, puso la espalda contra la pared, y se deslizó hasta quedar sentado mientras recogía una de sus piernas y dejaba la otra extendida. Miró a la nada, la sangre de su boca mezclándose con las lágrimas que le caían. Sonrió como siempre lo hacia cada que pensaba en su pequeño legado. Estaba orgulloso de él.

«Al menos lo hiciste al lado de quien mas amabas.» Pensó, lentamente, llevandose las manos al rostro para cubrirse los ojos. «Buen trabajo, soldado. Has hecho bien. Es hora de que descanses.»

Una pesada pausa.

—Alemania esta... muerto. —Susurró para si mismo, antes de volverlo a repetir, como si lo quisiera aceptar. —A-Alemania esta... m-muerto. —Tartamudeo, mientras los hipidos sacudían su cuerpo. —M-mi hermanito... Mi único hermano, Ludwig... Esta muerto.

Y de golpe, todo lo que no había gritado, lo que no había llorado, lo que no había lamentado, o no se había permitido, se le salió.
Y por primera vez en la vida de muchos países ahí presentes, todos observaron la muerte de un país, el nacimiento de otro, y a una persona que parecía hecha de hierro, desmoronarse como si fuera cristal.

•••

Pese a la insistencia no natural de los presidentes en asistir al funeral, todo se hizo a puerta cerrada, con contados que tenian él permiso de hacer presencia. Había ataúdes, pero dado que no había cuerpo que velar, estaban cerrados. Eso no los hacia menos valiosos, de todos modos. Banderas cubrían las lustradas tapas. Negro, rojo y amarillo para uno. Blanco, verde y rojo para él otro. Las lapidas eran lisas, sin nombre, fecha de nacimiento o fecha de defunción, y él lugar en él que yacerían estaba apartado de las miradas curiosas, cerrado con cadena. En las frías barras de piedra todo lo que figuraba eran frases. Todo lo que no se habían dicho la familia, los amigos, reducido a una plancha de granito de 90x70.

Nadie tenia palabra para decir. O si tenían alguna, lo mas probable era algo así como "Maldito mundo".

Nadie entendía como alguien tan vivo como Feliciano se había apagado tan abruptamente, y tampoco entendían que tenia la existencia contra Ludwig como para hacerlo morir tan joven.

Una persona llena de luz, y un niño. Eso eran. Eso eran, y nada mas.

Eso eran, y aun así, asesinados sin piedad habían acabado.

Todos se preguntaban cosas. ¿Cual es tu ultimo recuerdo de él? ¿Cuando lo viste por ultima vez, que esperabas al volverlo a ver? ¿Esperabas un saludo cordial? ¿Esperabas un abrazo?

«¿Que esperabas de él?» Se preguntaron todos.

«Te dije que estaría bien, Gilbert.»

«¡Logre encontrar la cura, Roma!»

«No te preocupes, Antonio, lo manejamos bien.»

«¿Merendamos, señor Austria?»

«Tenemos que planear la siguiente reunión, Inglaterra»

«¿Es él nuevo vídeo juego, Japón?»

Y todo se podía resumir en tres palabras que todos pensaron y, desafortunadamente, dieron por sentado que ocurriría.

—Esperaba que volvieras.

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