Dolor en el corazón. Aun no se acaban los problemas.

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Llovía a cantaros ese día. Tal vez eso que decían de que el clima del país reflejaba sus emociones, era verdad.
Las lágrimas de Lovino se confundían con la lluvia que caía. Las lágrimas del país se hacían la lluvia, como si el cielo también llorase las penas de aquel chico.

Todo lo que habia pasado en compañía de ese chico tan importante, resonaba en su cabeza como si los recuerdos fueran una barra de metal con la cual su cráneo era golpeado sin piedad. Su perfecto uniforme militar negro le parecía la cosa mas horrible del mundo, solo por la ocasión en la que lo utilizaba. En su mente siempre pegaba el pensamiento de que ese muchacho fallecería en cualquier momento, que el iba a vivir para verlo en el ataúd, pero no de esa manera. El lo imaginaba entrado ya en años, arrugado, canoso, con una persona a su lado que llore la perdida de su gran amor, quizá incluso hijos o nietos, pero no muerto en batalla, con un balazo que le había cercenado la yugular y con 28 años apenas.
Eran tantos años de vida y toda una historia que se habían perdido solo por querer proteger a la persona amada, y esa persona jamas tuvo la delicadeza de tomarlo en cuenta, creyendo su enamoramiento como una cosa del momento. Ese había sido su gran error, y se arrepentiría por cuantos años le queden de vida.

Se acercó al ataúd presionando el mango del paraguas casi hasta romperlo, y sosteniendo con delicadeza en la otra mano un jacinto púrpura, símbolo de tristeza. La única flor diferente a las millones de rosas blancas que inundaban los lados del silente cuerpo. Tan pacifico se veía el, que a Romano se le pasó por la cabeza la idea de que solamente estaba jugandole una broma y estaba dormido. El pensamiento se alejó de su mente tan rápido como llegó. Eso no era posible.
En su mente habían quedado grabadas a fuego las ultimas palabras de su amigo, tan fugaces como su vida. Solo un fogonazo que llegó, se estableció hondo en su corazón, y luego desapareció dejándole un hueco de proporciones antinaturales en el pecho. Un golpe seco. O así lo había visto el.

-¿Te dije alguna vez... Cuanto te amaba?...-. Murmuró, y su mano simplemente, cayó al suelo.

-«Tus ojos me lo decían, Andrew.»-. Pensó el italiano, acercándose al rostro de su amigo.
De su único gran amigo.

Pero fui un gran estúpido, y no supe apreciar lo que me estabas entregando.
Disculpa.
Por favor, perdoname.

Y, abandonado junto a una flor que se marchitaba lentamente, fueron dejados unos sentimientos, un beso y una lágrima solitaria.

•••

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•••

El italiano caminaba lentamente directo a su departamento. Todos sus compañeros habían quedado afortunadamente bien desde el dilemita que habían tenido con ella. Los mas afectados habían sido principalmente Ludwig que recibió dos disparos y Feliciano, que también recibió dos disparos, pero aparte de ellos, todos estaban bien.

O bueno, casi todos.

Trago saliva en un intento por matar un sollozo que casi se le salia. Sabia que su amigo no iba a querer verlo llorar. No le daría la desgracia de verlo llorar desde donde estaba. Lo recordaría, lo superaría, pero no lo olvidaría.

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