CAPITULO 26
El run run de las charlas llenaba el restaurante malayo. Los camareros iban y venían entre la cocina y el comedor cargados con enormes bandejas. Justin estaba sentado en una mesa del rincón con Cloe, en plena pose James Dean (en Rebelde sin causa), terminando de contar una historia dramática.
—Nunca se lo había contado a nadie —dijo, e hizo una pausa.
Jugaba nervioso con el envase Guffy de caramelos Pez. Las orejas de Guffy daban vueltas en círculos. Y ahora ¿qué?, se dijo. Por aquello de que lo breve es dos veces bueno, se decidió a combinar dos de las enseñanzas de ________: inventó una tragedia y al mismo tiempo la contó como si fuera un secreto que solo revelaba a Cloe.
Ella reaccionó como era de esperar, compadeciéndose y demostrándole su comprensión, y él solo sintió desprecio. Supuso que era porque había conseguido engañarla. Claro que si él le contaba a un desconocido que era mormón, o huérfano, o que su cumpleaños era el día de la Independencia —en realidad era el 3 de diciembre—, no había ninguna razón para que él no le creyera. Mentirle a Cloe no era ninguna hazaña. ¿Por qué, entonces, se sentía tan superior?
Había algo más que le preocupaba: cuanto más mentía, más fácil le resultaba. Y esto le había llevado a preguntarse si todo lo que le decían a él no serían, también, mentiras. ¿Y su padre? ¿Le habría mentido a él de la misma manera que le mentía a su madre? Justin se quedó callado, mirando fijamente la mesa.
—Todavía me parece increíble cómo me he equivocado contigo —dijo Cloe—. Quiero decir, me había fijado en ti pero pensaba que eras… —Hizo una pausa, y Justin se preguntó qué sinónimo de la palabra gili’po’llas estaba pensando usar—. Bueno, imaginaba que eras muy distinto.
Él asintió con la cabeza y se encogió de hombros en el más puro estilo James Dean.
—Sí, mucha gente no me ve como realmente soy. —Suspiró y miró su envase de caramelos Pez—. A mi hermano le encantaban los Pez.
Ya se había dado cuenta de que lo mejor era no hablar demasiado. Si lo hacía, iba a fastidiar las cosas; tendría que mentir y luego recordar lo que había dicho. Quizá por eso los hombres como su padre iban de mujer en mujer: las mentiras se hacían demasiado complicadas, y la verdad hubiera provocado rechazo, de modo que empezaban de cero con una relación nueva.
Cloe advirtió el suspiro y su reacción fue estar aún más pendiente de él.
—¿En qué estás pensando? —dijo—. A mí me lo puedes contar. —Sus ojos le suplicaban. Miénteme, decían. Cuéntame un secreto, algo que me haga partícipe del drama—. ¿Qué sucedió entonces? —insistió, inclinándose para estar más cerca de Justin.
—Iba en el asiento de atrás de mi motocicleta… y salimos despedidos. Yo no sufrí ni un rasguño, pero él… —hizo una pausa, para aumentar el efecto dramático— él murió.
Dejó que el silencio reinara unos minutos mientras miraba hacia la cocina, de manera que su mandíbula virilmente apretada era muy visible. Y por fin decidió que sería mejor terminar la historia.
—Siempre me he sentido responsable, pero desde entonces no tengo miedo a nada.
Cloe asintió con la cabeza.
—Sí, lo comprendo —dijo, lo que estaba muy bien, porque al propio Justin lo que había dicho le resultaba incomprensible. ¡Vaya sarta de idioteces! ¡Y pensar que a las mujeres les gustaba esta basura!
La bonita y joven camarera oriental se acercó. Justin la miró con aire de haber hecho un descubrimiento, y la cogió de la mano.
—¿Verdad que tiene unos ojos muy hermosos? —le preguntó a Cloe mientras le sonreía a la jovencita. Cuando vio la cara de Cloe, se dio cuenta de que había hecho exactamente lo que debía.