Capítulo 34
Justin había vuelto a casa después de dejar a su padre en la terminal de autocares. Sentía tal debilidad en las piernas que apenas había podido subir las escaleras de su piso. Nunca le había gustado la imagen de su padre como un donjuán irresponsable, pero verlo como un hombre enfermo, patético y lleno de remordimientos era aún peor. Justin había conseguido entrar en su casa sin echarse a llorar, y se había encontrado con Caitlin, que seguía echada en el sofá sin más ropa que la única camiseta Micro/Con que Justin había conservado. Estaba mirando la tele. Y él hizo lo que pudo para disimular su sorpresa, porque no se le había ocurrido que ella pudiera seguir en su piso.
—¿Dónde has estado? —preguntó Caitlin, y en su voz no había el menor matiz de reproche.
Y Justin tuvo que soportar una charla trivial y un montón de preguntas sobre su trabajo, el tiempo que llevaba en Micro/Con, si tenía opciones sobre acciones, y cuáles eran sus relaciones con los socios fundadores. Ni siquiera fue capaz de, siguiendo las instrucciones de ________, mentir. Se limitó a ser educado, hasta que ella se dirigió al dormitorio. Y allí, cuando ella se agachó a recoger un zapato, Justin sintió que se ponía a la altura de la ocasión, y fue hacia Caitlin para recibir el único consuelo que ella podía ofrecerle.
—Hombre, ya pensaba que no querías —dijo ella con una sonrisa burlona.
Bueno, la traca final, se dijo él, y se miró la muñeca en un gesto automático. Todavía no se había comprado un reloj, así que miró el despertador que tenía al otro lado de la cama. Y la realidad de su padre fue borrada por la droga del cuerpo de Caitlin, y él lo usó con vigor, y se olvidó de sí mismo en un encuentro agotador. El sexo lo borró todo, y Justin se sintió agradecido. Shakespeare estaba equivocado: no eran los encantos de la música lo que tranquilizaba al corazón desesperado, sino el baile horizontal. Pero cuando despertó del sueño poscoital, la imagen de su padre levantándose la gorra para rascarse la cabeza calva acudió de inmediato a su mente. Vaya día del Padre. Y luego recordó que era domingo por la noche, y que al día siguiente tenía la reunión sobre el proyecto Parsifal… ¡Dios mío! ¡________! Se sentó como accionado por el chip más poderoso del mercado. Llevaba cuarenta minutos de retraso.
Saltó de la cama y se vistió a toda velocidad.
—¿Dónde vas? —le preguntó Caitlin con voz soñolienta.
—Eh…me he acordado de que… —comenzó Justin. ¿Qué podía decirle? ¿Acabo de recordar que me he olvidado de mi amiga? ¿Me he acordado de que tenía una cita con otra mujer? ¿He recordado que no quería hacer el amor contigo?— de que he dejado la ropa en la secadora —terminó mientras metía el pie derecho en el zapato y cogía un jersey. Y salió disparado hacia la puerta.
—¡Espera! —llamó Caitlin—. ¿Cuándo nos…?
Justin estaba quitando la cadenilla de la puerta, así que no la oyó. ¡________ se iba a poner furiosa! No podía creerlo; en siete años no había faltado ni una vez… y ella tampoco. Bueno, sí, con una excepción, cuando lo operaron de urgencia de apendicitis. Quitó el pasador, manipuló el picaporte en sentido contrario y por fin consiguió abrir la puerta.
—¿Cuándo volveré a verte? —preguntó Caitlin desde la puerta del dormitorio. Se había envuelto en la sábana, y un pezón sonrosado asomaba por el borde; el pelo le caía sobre los hombros como una cascada rubia. Se quedó parada allí, las manos en la cintura—. Eres un cabeza hueca —dijo.
Él se quedó mirándola hasta que por fin se dio cuenta de lo que ella le había dicho.
—¿De verdad? —preguntó, muy alegre. Caitlin parecía una diosa. Una diosa que él había adorado con su cuerpo. ¡Asombroso! ¡Asombroso!—. Te llamaré —le dijo. ________ lo estaba esperando, de verdad que tenía que marcharse.
