Capítulo 39
________ miraba por la ventana el cielo de Seattle. Estaba encapotado, como siempre, pero ahora las nubes se habían abierto y brillaba una luz plateada que le daba una apariencia mágica. Pero debía de haber muchas turbulencias en las alturas, porque las nubes volvieron a agruparse, primero en jirones de niebla y luego como un tejido que cubre una herida, y el sol dejó de brillar.
________ contuvo un suspiro —cada vez que suspiraba, Selena hacía algún comentario—, apartó los ojos de la ventana y hundió el rodillo en el cubo de pintura. Y ella y Selena siguieron pintando la pared.
El apartamento nuevo de Selena iba a quedar muy bien, pero a ________ aquel color malva le parecía horrible. Estaba encantada de ver a Selena tan entusiasmada, y no quiso ponerle ninguna pega a su elección de pinturas. Selena era una fanática de Home Depot, la tienda de bricolaje que se había convertido también en su territorio de ligue preferido. Ya había salido con un policía que conoció allí, con un vendedor y también con el supervisor de la sección de pinturas. Lo había besado en la sección de los jacuzzis. «Lo amas porque te hace descuento», había bromeado ________. Selena había descubierto poco después que el tío no estaba divorciado, como le había dicho, sino solamente separado, y lo había soltado tan rápido como a un grill portátil al rojo vivo. ________ deslizó el rodillo sobre la pared siguiendo las instrucciones de Selena, y arrugó la nariz cuando vio los cientos de diminutas manchas de pintura malva que salpicaban su brazo.
—Has puesto demasiada pintura en el rodillo —le dijo Selena mientras pintaba la pared de al lado—. Chica, nunca serás Kandinsky.
—¿Y qué importa? —respondió ________—. Yo nunca he querido tocar el violín.
Puso los ojos en blanco y siguió pintando, y esta vez la pintura quedó en la pared. ________ observó que el color malva hacía que Selena pareciera amarillenta y demacrada. Se dijo que no era un color apropiado para un dormitorio, a menos que su próximo ligue, además de soltero, fuera daltónico. De todas formas, iban a parecer una pareja de enfermos de hepatitis.
—He estado pensándolo mucho, y creo que tienes que conseguir un trabajo —dijo Selena. Estaba de espaldas a ________, y siguió mirando la pared mientras deslizaba el rodillo arriba y abajo.
—Estoy tratando de escribir una novela —le recordó ________—. Y te aseguro que eso es trabajo.
Como un niño que da sus primeros pasos, estaba probando un nuevo horario de trabajo: escribía por las mañanas y corregía por las tardes. La novela iba sobre una chica que crece en una pequeña ciudad como Encino y que intenta sobreponerse a la muerte de su padre. No era estrictamente autobiográfica, pero al menos podía decir que sabía de lo que escribía.
—Ya lo sé. Y estoy muy orgullosa de ti. No te he dicho lo del trabajo porque piense que eres una holgazana, sino porque tienes que salir.
—Ahora ya solo te falta decirme que publique un anuncio en las columnas de corazones solitarios —replicó ________, y cuando volvió a meter el rodillo en el bote de pintura lo hizo con demasiado fuerza, salpicando el suelo de madera. Dio un respingo, y lo limpió con una toalla de papel. Por suerte era pintura lavable. Les llevaría una hora dejarlo todo limpio, y no dos días, como sucedía con las pinturas tradicionales.
—________, te he dejado sola para que hicieras tu duelo —dijo Selena, volviéndose para mirarla—. ¿Acaso me he entrometido en tu vida? ¿Te he dicho alguna vez que no podías quedarte todas las noches sola en tu piso, echada en la cama como un salmón muerto después de la época del apareamiento?
Selena se había portado sorprendentemente bien, o simplemente había estado muy ocupada. ________ se había pasado días, semanas quizá, tratando de recordar y de olvidar cada detalle, cada momento del numerito perfecto que había pasado con Justin.