Capítulo 11. La fachada

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Sus suposiciones habían sido ciertas: hablar con Malfoy era fácil. Era cómodo.

Todo el mundo le exigía a Harry que sonriera, que fuera feliz; todos esperaban que superase la guerra de un momento a otro. Pero con Malfoy no había tenido que fingir felicidad, y el chico no había tratado de forzarle a ser quien no era. Al darse cuenta de que había tocado un tema complicado para él, Malfoy simplemente había escuchado su respuesta y después había cambiado de tema. Era un detalle que habría podido parecerle insignificante a cualquier otra persona, pero a él no le había pasado desapercibido.

Por supuesto, a Harry también le gustaba estar con Ron y Hermione. Ellos sabían mejor que nadie todo por lo que había pasado desde que se conocían, y respetaban que, a veces, Harry necesitara su espacio. Pero, por algún motivo, no era lo mismo que con Malfoy. Ellos también admiraban a Harry, y también estaban esperando que, de un momento a otro, todo volviese a la normalidad. 

Estando con Malfoy, se había sentido más relajado de lo que había conseguido sentirse desde hacía mucho tiempo. Debía de ser porque el chico estaba también roto; porque Harry no tenía que fingir sus reacciones al hablar con él, no tenía que sonreír. Porque, para Malfoy, él era una persona normal y corriente; tal vez incluso un poco molesta. Pero no un héroe.

Harry tuvo que contenerse para no volver a quedar con el Slytherin la noche siguiente. Si iba a seguir viéndose con él en secreto, tenía que asegurarse de espaciar sus reuniones para que nadie sospechase nada. Había querido contárselo a sus amigos, pero sabía cómo se lo tomarían, y su reacción no sería buena. Hermione probablemente le ofrecería una lista de razones por las que congeniar con Malfoy era una mala idea, y Ron pensaría que se había vuelto loco de remate.

Así que se pasó las noches siguientes en la sala común de Gryffindor, viendo a sus amigos jugar al snap explosivo, estudiando y practicando los hechizos que estaban aprendiendo en Transformaciones. Cuando todo el mundo se iba a la cama, Harry se aferraba a su mapa para asegurarse de que Malfoy no salía de su cuarto, y colocaba la capa al lado de su almohada para poder ponérsela rápido y seguir al Slytherin si era necesario.

También le daba vueltas a la moneda en la mano. Quería cambiar la fecha, saber que el galeón de Malfoy se calentaría en su bolsillo y que volverían a verse. Pero resistió la tentación.

Consiguió aguantar hasta el jueves siguiente.

Esa tarde tuvo entrenamiento de Quidditch con su equipo. Se acercaba el partido contra Ravenclaw, y llevaban todo el mes quedando cuatro tardes a la semana. Harry acababa de bajarse de su escoba y estaba caminando hacia los vestuarios, sudado y pensando en la ducha que le esperaba, cuando un grupo de chicas de Gryffindor de sexto se le acercó por detrás y empezó a hacerle ojitos y reírse.

Tuvo la inocente idea de que si entraba en el vestuario estaría a salvo, pero las chicas en cuestión, sin ningún tipo de pudor, entraron tras él. Horrorizado, Harry se giró para mirarlas. Ellas le saludaron y volvieron a reírse.

- Este vestuario es solo para jugadores de Quidditch – dijo, esperando que captasen la indirecta.

- Pero no te importa si te hacemos compañía, ¿no? – preguntó una de ellas con voz inocente, sonriendo con fingida inocencia.

Por suerte, en aquel momento entraron en el vestuario Aoife y Douglas, con Sarah siguiéndoles de cerca. En cuanto vieron a los demás jugadores, las chicas se miraron las unas a las otras y salieron de allí, caminando juntas como si formasen un rebaño.

- ¿Invitando a tus fans al vestuario, Harry? – preguntó Douglas, sonriendo con picardía mientras caminaba hacia una de las duchas.

- No– contestó él, exasperado –, me siguieron y no sabía cómo echarlas.

Harry Potter y las Cicatrices InvisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora