Capítulo 31. Buckbeak

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Por fin era viernes. Aquella había sido una semana larguísima. Se había peleado y reconciliado con Pansy, había soñado con el estúpido Potter todas las noches y le había dado tantas vueltas a todo lo que había ocurrido entre ellos que se sentía mareado y exhausto por dentro. Por no hablar de todo el trabajo que les estaban mandando los profesores.

Al salir de la última clase de la tarde, Draco esquivó a sus amigos y entró en el baño de chicos de la cuarta planta, que solía estar vacío. Cuando se estaba lavando las manos, un movimiento que vio por el rabillo del ojo captó su atención y se giró bruscamente para ver a Harry, que estaba quitándose la capa de invisibilidad de encima junto a la puerta del baño.

Draco levantó una ceja y se giró un momento después para echarse agua fría en la cara. Lo último que necesitaba era que el Gryffindor se diera cuenta de lo rojo que se había puesto solo con verle.

Harry se acercó a él, lo que no ayudó.

-¿Tienes algo que hacer esta tarde? – preguntó cerca de su oreja. Las mejillas de Draco se calentaron aún más, y fingió que sus uñas eran especialmente interesantes.

-Pensaba terminar hoy unos ejercicios de Artimancia – dijo.

-Pueden esperar – repuso el Gryffindor encogiéndose de hombros, y una pequeña sonrisa se formó en sus labios –. Hay algo que quiero enseñarte.

Draco estuvo a punto de desmayarse. ¿Qué se suponía que intentaba Harry? Primero quería ser su amigo, después le besaba, trataba de volver a la normalidad, ¿y ahora esto? Se tomó un segundo para respirar y se esforzó por sonar desinteresado.

-Me pregunto qué será.

-Solo tienes una forma de averiguarlo – fue la respuesta del chico, que levantó la capa de nuevo para cubrirse con ella y se acercó todavía más a Draco para que entrase él también. A pesar de lo vergonzoso que sabía que sería aquello, no hizo nada para negarse. Una parte de él quería aprovechar cualquier oportunidad que surgiera de estar cerca de Harry, de sentir el roce de su cuerpo, de respirar su olor cálido.

Esa parte de él no se vio decepcionada. En el tiempo que les llevó salir del baño, recorrer los pasillos atestados de gente y atravesar los jardines, sus manos se rozaron unas mil veces, y sus brazos, y hasta sus hombros. El contacto le hizo temblar todas y cada una de las veces. También le hizo preguntarse por qué no se había opuesto a aquel plan estúpido y arriesgado que solo se le podría haber ocurrido a un Gryffindor, y por qué no había pedido explicaciones acerca de lo que iban a hacer. Pero ya sabía la respuesta a aquellas preguntas: habría hecho cualquier cosa que Harry hubiera sugerido.

Draco estaba tan concentrado en el chico que estaba a su lado que no se dio cuenta de la dirección en la que estaban caminando hasta que Harry se detuvo. Paró de caminar él también y, a través de la capa, observó la pequeña cabaña que había sido reconstruida en la linde del bosque después de haber ardido en la Batalla de Hogwarts.

Iba a preguntarle a Harry qué se suponía que estaban haciendo allí, en pleno día, ante la casa de Hagrid, pero el chico ya se había escurrido de debajo de la capa y estaba avanzando hasta el escalón de la entrada y llamando a la puerta.

Draco se quedó completamente quieto, temiendo que el gigante le oyera si se movía. Por un momento, se le ocurrió la posibilidad de aprovechar que nadie podía verle para irse de allí, o para robarle a Harry la capa. Ser invisible le abriría muchas puertas, seguro. Pero la idea se borró de su cabeza sin que llegase a considerarla seriamente. El Draco que habría hecho algo tan ruin para su beneficio propio había desaparecido hacía mucho tiempo.

Harry Potter y las Cicatrices InvisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora