Capítulo 15. Roto

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Harry se pasó toda la semana tratando de no pensar en lo que había ocurrido con Malfoy.

Se lo hacía más fácil el hecho de que apenas veía al Slytherin. En clase, como de costumbre, se sentaban en puntas opuestas del aula y no se dirigían la palabra. Cuando iba a desayunar, comer y cenar, el chico no estaba en el Gran Comedor. Cuando se movía por los pasillos, no había rastro de él por ninguna parte.

Pero Harry seguía sus movimientos con el mapa. Sabía que Malfoy apenas salía de su cuarto y que estaba evitando a sus amigos, y sabía que Pansy Parkinson había entrado en las cocinas el martes y después había ido a la habitación del chico, por lo que al menos estaba comiendo.

La moneda falsa era un peso constante en su bolsillo, pero no se sentía capaz de dejarla en su baúl. A pesar de lo que el Slytherin había dicho, a pesar de que no quería ser su amigo, una parte de él seguía albergando la esperanza de que su pierna se calentase de pronto, indicándole que Malfoy le había enviando un mensaje. De vez en cuando, mientras caminaba por los pasillos o estaba sentado en clase, Harry no podía evitar llevarse la mano al muslo derecho y posarla sobre el bulto que había en el bolsillo de su pantalón para asegurarse de que no estaba irradiando más calor que el de su propio cuerpo.

A pesar de todo eso, Harry estaba tratando de convencerse a sí mismo de que nunca había querido nada de Malfoy, y de que todo lo que había hecho por él lo había hecho por lástima. Se decía a sí mismo, cada vez que se cruzaban sus miradas cuando estaban saliendo de clase, que no le importaba lo más mínimo que el Slytherin tampoco fuera capaz de sonreír, ni que tuviera tantas ojeras como él, ni que hubiera intentado quitarse la vida.

Y estaba enfadado. Estaba cabreado con el Slytherin por las cosas que había dicho y, sobre todo, estaba enfadado consigo mismo porque había confiado en él. Le había hablado de sus propias pesadillas, de los Merodeadores, de detalles sin importancia de su vida que solo sabían sus amigos. Todo para que, al final, Malfoy no tuviera la intención de ser su amigo.

Por desgracia, su subconsciente disfrutaba llevándole la contraria. Harry tuvo pesadillas todas las noches de esa semana. O pesadilla, más bien, puesto que siempre se repetía la misma escena: Harry trataba de sujetar a Malfoy en la torre, pero el chico le daba una patada y se caía hacia atrás. Y Harry, atrapado en el sitio e incapaz de acercarse de nuevo a él, tenía que observar mientras su cuerpo y su pelo rubio se perdían en la oscuridad, y oía, después de muchísimo tiempo, como el cuerpo inerte de Malfoy colapsaba contra el suelo.

El viernes por la noche estaba tan sumamente agotado que decidió tomarse la única poción para dormir que le quedaba de las que Molly le había dado para distribuir desde septiembre hasta Navidad.

-¡Harry! ¡Levántate de una vez! ¡Tenemos que estar en el campo dentro de una hora y tienes que desayunar! – oyó que gritaba Ron demasiado cerca de su oreja al tiempo que lo zarandeaba.

-Hhhmmph – gruñó Harry, incapaz de articular ninguna palabra mientras luchaba por librarse del agarre de Ron. Su amigo lo soltó.

-¿Estás despierto?

-Hmph – asintió y luego negó con la cabeza.

-Creo que no le despertaría ni una bludger golpeando su entrepierna – llegó la voz de Seamus desde la otra punta de la habitación.

-Dejadme en paz – masculló, tapándose la cara con las mantas.

-Ni de broma – respondió Ron, tirando de la ropa de cama hasta dejar a Harry completamente destapado –. Hoy vamos a machacar a Ravenclaw y, para eso, nuestro buscador tiene que estar bien nutrido y espabilado.

Harry Potter y las Cicatrices InvisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora