Capítulo 34. Sangre pura

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Cuando pasaron varios días sin que Harry le mandase ningún mensaje, y sin que le dedicase ni una mirada en clase o en el Gran Comedor, Draco asumió que el Gryffindor se había enfadado con él. O que se había hartado de él y tenía a algún nuevo ligue por ahí. O que, tal vez, había interpretado el rechazo de Draco la noche del partido como que Draco no quería saber nada de él y se había dado por vencido.

De cualquier manera, el martes por la noche decidió que no soportaba pasar más tiempo en las mazmorras, tratando de evitar a toda costa un encuentro con Harry que no iba a tener lugar. En cuanto sus compañeros decidieron irse a la cama, se escabulló de la sala común y se dirigió a los pisos superiores para uno de sus paseos nocturnos a solas, como había hecho a principios de curso. Se aseguró de mantenerse alejado de la Torre de Astronomía; Harry y él tenían un historial de encontrarse allí cada vez que algo ocurría entre ellos, y realmente no quería ver al chico. Sabía que tenía que superar sus sentimientos y tenía que hacerlo cuanto antes, porque nunca serían correspondidos.

Caminó sin rumbo durante un buen rato, oyendo a los cuadros cuchichear mientras pasaba por delante de ellos y esquivando por poco a Peeves en la sexta planta. Normalmente habría subido al séptimo piso, que tenía las pareces casi vacías y que el conserje y el Poltergeist no solían rondar, pero entonces le habría resultado imposible no pensar en Harry. Su mente se habría visto transportada a las noches en las que habían paseado juntos por allí, charlando en la penumbra; a los rasgos faciales del Gryffindor apenas distinguibles y su pelo revuelto pareciendo más negro de lo habitual. Habría recordado cómo había conjurado un Patronus no corpóreo tras aquel beso, tirados en el suelo, y cómo sus labios habían buscado los de Harry, sus manos necesitando desesperadamente un lugar al que aferrarse...

"Mierda, Draco, deja de pensar en ello." Trató de guiar sus pensamientos en cualquier otra dirección, pero se encontró con que no era capaz de apartar aquellas imágenes de su mente. Pasear no le ayudaba tanto a despejarse ahora que se había acostumbrado a caminar acompañado.

No tenía sentido seguir intentándolo. Decidió volver a bajar a las mazmorras y meterse en su cama; así, al menos, no estaría expuesto a que le pillasen deambulando por ahí fuera de horas.

Al entrar en un pasillo de la segunda planta, se chocó de cara con otra persona, bastante más menuda que él. Retrocedió un paso y pestañeó muy rápido un par de veces, cegado por la luz de su varita. Distinguió la chapa de Delegada en el pecho de una túnica de uniforme y una melena casi tan rubia como la suya. Genial. Había logrado evitar a los Prefectos en sus rondas durante todo el curso, pero su suerte acababa de terminarse. Estaba a punto de ser castigado por Luna Lovegood, ni más ni menos.

-Vaya – susurró la chica con un tono perfectamente calmado –. Hola, Draco.

El comportamiento de la chica le sorprendió. ¿Se suponía que tenía que devolverle el saludo y charlar con ella como si nada? Antes de que tuviera tiempo de pensar en una forma de salir airoso de aquella situación, la Ravenclaw volvió a hablar.

-El castillo por la noche tiene algo de mágico, ¿verdad? – murmuró con su voz aguda.

-Eh... claro – contestó con un tono entre seco y confuso. ¿De qué estaba hablando? Hogwarts era un colegio de magia. Claro que tenía algo de mágico.

-Pasear a solas por los pasillos desiertos es bueno para el espíritu – siguió diciendo la chica, como si estuviera hablando más consigo misma que con Draco –. Aunque, si no tienes una insignia en el uniforme, puede meterte en problemas si te cruzas con quien no debes.

Ahí venía. El castigo que Draco estaba esperando. ¿Le reportaría la chica a Slughorn? ¿O a McGonagall? ¿Le haría limpiar fondos de calderos durante una semana?

Harry Potter y las Cicatrices InvisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora