Capítulo 40. Teddy

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Draco estaba desayunando ese lunes pensando en Harry cuando un búho que no reconoció dejó un paquete delante de su plato. Pansy y Blaise levantaron la vista con curiosidad, y él le pagó al ave cinco knuts para que se fuera, procediendo a abrir el envoltorio.

En una nota breve, su madre le deseaba suerte con los últimos meses de clase. Debajo de esta, la tela estaba llena de dulces.

-Qué mono, Draco. Recibiendo chucherías de tu madre como cuando éramos pequeños – se rio Pansy, que se había inclinado hacia él para leer también la nota.

-Cállate – espetó, guardando el saquito en el bolsillo de su túnica, al lado de su varita.

Se pasó las clases del día lanzando miradas furtivas a la mata de pelo negro y despeinado que se movía al frente de la clase, sin poder creerse aún que Harry y él estuvieran juntos de verdad, y que no fuera todo un sueño. Actuar como si no se dieran cuenta de la existencia del otro era más difícil que nunca, y Blaise tuvo que llamarle la atención varias veces porque no estaba apuntando lo que el profesor estaba dictando.

Por la tarde, se sentó con sus dos amigos en la sala común, cerca de la chimenea, y escuchó a Pansy hablar sobre la técnica que Fitzroy estaba perfeccionando para el partido de Quidditch contra Gryffindor. Sacó de su bolsillo un par de ranas de chocolate y le tendió una a Blaise, sin molestarse siquiera en ofrecerle una a Pansy. La chica, por algún motivo que Draco era incapaz de comprender, odiaba el chocolate.

Sacó la carta de dentro del envoltorio, y no se atragantó por poco. Porque la cara que le estaba devolviendo la mirada era, ni más ni menos, la de Harry. Sus ojos brillaban tras sus gafas, y su pelo, pese al tamaño de la imagen, parecía casi tan suave como el del Harry real. Y su sonrisa. Era exactamente la misma sonrisa pícara que Harry le dedicaba cuando estaba a punto de hacer una broma que sabía que le sacaría a Draco una carcajada. La misma en la que Draco había empezado a pensar inconscientemente como suya, a pesar de que sabía que Harry probablemente se la dedicaba a todos sus amigos.

Justo antes de desaparecer, el Harry de la imagen le guiñó un ojo.

-Eh, qué raro – comentó Blaise, observando la carta con el ceño fruncido –. A mí me han tocado ya un par de cartas de Potter y siempre está poniendo mala cara.

Draco se entretuvo leyendo la parte trasera del coleccionable para que sus amigos no notasen que sus mejillas se habían colorado. Pansy, que se había visto interrumpida en medio de su monólogo, bufó y dijo con mal tono:

-Quémala.

Lo último que quería Draco era quemar aquella carta. Quería atesorarla, guardarla bajo su almohada para ver al chico por las noches si se dignaba a aparecer en ella. También se le pasó por la cabeza usarla para meterse con el Gryffindor, que, seguro, odiaría tener su propia carta al igual que odiaba ser famoso. Pero ¿quemarla? Aquello habría sido un desperdicio.

Se esforzó por poner cara de asco y trató de inventarse una excusa para no lanzar aquel pequeño trozo de cartón a la chimenea.

-Hay formas más originales de deshacerse de ella – repuso, guardándosela en el bolsillo.

Pansy le dedicó una mirada sospechosa, pero debió de decidir que no merecía la pena seguir hablando de ello. La experiencia había enseñado a toda la casa de Slytherin a no hablar de Harry delante de Draco si no querían pasarse las siguientes tres horas oyendo sus quejas sobre el Gryffindor, y, aunque llevaba todo el año sin hacerlo, sus amigos parecían no haber perdido la costumbre.

"¿Nos vemos hoy?" preguntó Harry a través del galeón poco antes de la cena. A pesar de que llevaban meses viéndose a escondidas, el corazón de Draco dio un irritante salto de emoción.

Harry Potter y las Cicatrices InvisiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora