Epílogo.

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Lesslie.

Hacía frío. Frío artificial. Seco. Abro los ojos y al instante me arrepiento. Una gran lámpara pega con descaro y sin previo aviso en mi rostro, logrando que los tenga que cerrar un momento para acostumbrarme a los rayos de luz artificiales que salen de ésta.

Rafael... ¿Dónde mierdas está Rafael? ¿Qué estoy haciendo aquí?

Trato de sentarme pero al instante me arrepiento. Un dolor insoportable llega a mi espalda recorriendo lentamente toda mi columna vertebral. No me permite moverme y el dolor sofoca. Intento ahora mover mi pie, y un calambre llega a mi cuerpo, advirtiéndome que deje de intentar moverme.

Hago un intento por inhalar hondo, el aire me asfixia. Siento cómo el oxígeno no logra entrar a mis pulmones, y hago de nuevo otro intento. Vamos Yadid, tú puedes.

En ese justo momento me doy cuenta del delgado tubo que se encuentra en mi garganta, saliendo por mi zona bucal. Siento cómo mi garganta está irritada, y hasta la simple acción de respirar me duele.

No resisto más y lo jalo con rapidez y agilidad cerrando mis ojos, sabiendo de antemano que dolería. No me equivoco, pero el tubo sale de mi boca y por fin puedo inhalar aire.

Como si fuera magia, la maldita máquina que se encuentra al nado mío comienza a pitar con fuerza. Llegando el sonido hasta el fondo de mi cabeza, martillándola. Hago un gesto de molestia, queriendo que esa cosa se calle de una vez por el tipo de sonido que emite, es muy molesto.

—R...Rafa— Un murmuro sale desde el con de mi garganta, quemándome. Intento poder hablar, pero se me es imposible.

De pronto, siento cómo el sonido de la puerta abrirse se hace presente y un hombre de aproximadamente cuarenta años entra, lleva una bata blanca que le llega hasta las rodillas, así como una gafas enormes de un aumento demasiado alto. Al verme allí, con los ojos abiertos, y agitando mis manos llamando su atención, su rostro se ilumina; como si se acabara de ganar la lotería.

—¡Enfermera! ¡Traigan a una enfermera!— Hay alegría pero a la vez impaciencia en su voz. Se acerca con rapidez hacia mi, me da un vistazo rápido y segundos después centra su atención en la máquina al lado mío. Le mueve un poco a los botones y momentos prosiguientes deja de hacer algún ruido.

La llamada y pedida enfermera por fin llega con un pequeño carrito de aluminio, en él viene una bandeja con algunos medicamentos, alcohol, y jeringas. Mi estómago se revuelve ante el olor del alcohol inundar mís fosas nasales. Es irritante.

—¡Cheque su pulso, acaba de despertar!— Se mueven con agilidad y destreza. Ella de acerca a mi, es rubia y de una edad joven. Saca una pequeña linterna y pide que abra mi boca, yo obedezco y los chequeos comienzan.

(...)

—No sabe la alegría que provocará en el joven Velázquez cuando llegue, señorita— El hombre de edad mayor me decía una vez que el chequeo había terminado. Sonrío como idiota al escuchar su nombre salir de sus labios, y en ese momento recuerdo a Rafael... ¿Dónde estaba?

—D-doctor, Rafael... ¿Él en dónde está?— Pregunto tratando de que mi voz se oiga fuerte y clara. Lo logro entre dificultad y jadeos, pero él entiende mi pregunta y me regala una cálida sonrisa antes de responder.

—Ay, señorita. Si tan sólo supiera, ¡él ha estado preocupado por usted todo este tiempo! Ahora no está aquí porque salió como todos los días a su departamento a darse un baño. Él no quería hacerlo, pero su hermana lo tranquilizó diciendo que ella se quedaría aquí.

Nuestro mejor error; [Rasslie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora