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Por el miércoles y jueves de esa semana, con las chicas planeábamos qué nos íbamos a llevar en el viaje de egresados a Camboriú, qué íbamos a hacer y qué bebidas íbamos a probar de allí. Incluíamos en todos nuestros planes a Manuel, ya que él debía pagar para mayo la primera cuota del viaje de egresados, y si podíamos, hacerlo viajar como medio liberado.

Estábamos también bastante ocupados con el tema de la campera y de dónde la encargaríamos, el precio, para cuándo estaría, y lo más importante: un diseño copado que a todos nos guste.

Desde que empezamos las clases hasta ahora, no nos decidíamos sobre un diseño que nos gustara. Hasta que elegimos un estampado de un lado, y del otro un degrades en azul. Eso nos dejó bastante satisfechos a todos.


Manuel nos mandó un mensaje al grupo, diciendo que estaba demasiado triste pero que se tenía que ir.

Todas nos pusimos cómo locas y no dejábamos de preguntarle qué era lo que le pasaba o qué era eso de irse, a dónde, por qué, y demás preguntas.

Me escribió por mensaje privado un texto demasiado largo. Al leer la forma en que lo escribió y los errores, supuse que estaba o drogado o alcoholizado, ya que no se entendía, y cuando está más o menos bien, escribe de una forma clara.

Contó que su mamá lo descubrió con sedas, y un porro debajo de su cama, aparte que una de sus tías lo vio a él junto a sus amigos por un lugar muy peligroso andando en moto y tomando. Así que su mamá decidió mandarlo a un internado en un pueblo de Formosa, para que termine el secundario allí y si podía se metía en el ejército pero lo más lejos posible de donde nosotros vivíamos.

Después me pidió que arregle con las chicas, porque iba a organizar una despedida en su casa el sábado ya que el próximo lunes saldría de la terminal con su familia para dejarlo allí.

A las cinco, sobre todo a Lucía, Romi y yo, nos entristeció mucho más, por tener una relación más cercana con él que Gabi y Ale.

Les pedí permiso a mis papás para quedarme a dormir en su casa, diciendo que iban muchas chicas, que estarían su mamá y sus tías y que nos iríamos a las ocho de la mañana. Ella me dijo que la única condición era irme a las siete y treinta, porque como era sábado mi papá no podía buscarme. Accedí al trato, sólo faltaba algo de dinero que ahorré durante las semanas de clases y no me compraba nada costoso, o volvía caminando a mi casa.


Ese día tuve una cena con mi mamá, y los cuatro hermanos, además de los sobrinos y bueno, las parejas de mis hermanas.

Después de la comida, esperé a Romi y Lucía, ya que iríamos todas juntas.

Me coloqué un short de jean que yo misma había cortado tiempo atrás y me gustaba porque me realzaba el culo, una remera negra cortita de Ramones y mis fieles zapatillas blancas. Como hacía calor no utilicé nada de abrigo, aproveché para arquear mis pestañas y ponerme labial ya que mis labios la mayoría del tiempo son demasiado blancos, casi del color de mi piel.

Mi mamá me dio algo de dinero para la vuelva, y le pidió a mi hermano que nos acompañe hasta la casa de Manuel, exigiéndole que espere a que entremos todas juntas a la casa y que hable al menos con Manuel para saber si sus padres estarían en casa.

Enrique, mi hermano, como de costumbre simplemente habló conmigo preguntándome qué haría después, y diciendo que me cuide. Todos le hacemos demasiado caso a mamá, ja.

Apenas entramos y el olor a porro se sentía por toda la casa, salvo en el baño y el comedor.

–Esta noche morimos todos– exclamó Manuel – ¡que se nos apague el tele! – gritó, empezando a entregar bebida a los chicos y chicas de la fiesta.

Reí y acompañé con gritos, pasamos a saludar a Lucas, otros chicos y por último a Tobías, que ya parecía algo duro, de seguro fumaron porro antes que nosotras lleguemos.

Hasta las una las cosas fueron como siempre: nos sirvieron algo de vodka con cepita, charlamos y a bailar cuando la música se pone de enfieste, fumar un cigarro, si es que ellos quieren convidar unas cuantas caladas al porro, y a seguir bailando.

En el momento en que nos cansamos, decidimos sentarnos en las sillas blancas en el medio del patio. Para ese entonces, las tres estábamos tinqueadas, a lo que nos reíamos de cualquier cosa y nos burlábamos de los demás.

Lucas nos pasó un vaso de vino con Fanta, pidiendo que nos lo acabemos entre las tres, así que haciendo demasiado esfuerzo, pudimos terminarlo.

–Está puro– chilló Romi.

–Esa es la idea, que tomen puro– empezó a reírse y fue a la cocina para sacar hielo.

Me quedé junto a las chicas sentadas en el patio, charlando y mirando a unas chicas que estaban bailando con los primos de Manuel.

Pasaron unos minutos y llegó otro grupo más de cinco chicas más o menos, que eran compañeras del colegio donde asistía ahora.

–A ver, cúbranme– les dijo a Fernando y a Lucas y se colocaron dando la espalda hacia las personas que bailaban o tomaban. Con Romi y Lu pudimos ver perfectamente lo que él hizo: sacó de su billetera una tableta dividas en cinco filas de tres pastillas, eran muy chiquitas de forma ovalada casi y blancas. No llegamos a leer qué eran, tampoco tenían caja. Nos miramos con las chicas.

–Eh, no digan nada, no– las colocó en un vaso de cerveza y se lo pasó a Lucas, que bebió un largo trago, después a Fernando.

Ellos se fueron a encender otro porro, por detrás iban unas chicas.

– ¿Qué es eso, Manuel? – preguntamos con Lucía.

–La pastillita mágica– empezó a reírse.

–Che, ¿pero eso no hace mal? – preguntó Romina.

–No, no hace nada. Sólo disfrutas más y se te apaga el tele–.

Miré a Lu sonriendo –nosotras queremos–.

–Mmm, yo también, para ver– dijo tímida Romi, pero su expresión demostraba otra cosa.

– ¿En serio? ¿Posta? – Manuel estaba asombrado.

–Dale, ¡nos tomemos todos juntos! Yo quiero la pastilla pero– reí.

–Ah. Jodelas– rió, nos pasó a mí y a Lucía el comprimido, colocó dos en el vaso de cerveza. –Tomen con cerveza nomás, o gaseosa– asentí. La bebida estaba demasiado helada, según todos es más rica así aunque todavía no le siento demasiado gusto, o gusto rico.

Tragué la pastilla y bebí la cerveza. La misma acción hizo Lucía. Salvo Manuel y Romina que entre los dos se terminaron el vaso de un litro.

–Ahora, esperen un rato. Ya les va a hacer efecto–.

Nos quedamos charlando, y pedimos que nos conviden un poco de vino con fanta.

Lo que jamás dije.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora