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El lunes teníamos un acto en el colegio, no recuerdo por qué y como era escolta menos atención le presté.

Con las chicas no dijimos palabra alguna de lo sucedido en la casa de Manuel, ni tampoco tocaron el tema mío, aparte la única que sabía era Romina y cuando estuvimos solas en el baño le pedí que no dijera nada a las chicas.

Al menos estaba más tranquila, ese malestar que tenía al caminar, sentarme con las piernas o muy cerradas o muy abiertas y más que nada al hacer pis, se había ido así que podía comportarme como la Martina 'común'. Igual, intentaba mantener mi mente ocupada para pensar en cualquier cosa, menos en eso.

Antes de que comience el acto, Manuel me mandó un mensaje para que vayamos a su casa a la salida, para hacer otra despedida, ya que hoy era oficialmente su partida al internado. Les comenté a las chicas, me dijeron que mañana teníamos clases como para quedarnos. Llegamos a un acuerdo: iríamos saliendo del colegio, porque hoy salíamos más temprano, nos quedaríamos dos horas o un poco menos. Manuel aceptó, dijo que estaba triste.


Caminamos demasiado lento por el calor insoportable de la media tarde.

Por suerte, tanto Alexandra como Gabriela fueron temprano a sus casas, así con Romina y Lucía podíamos bajar tranquilas y hablar de qué era lo que, según nosotras, descubrió la mamá de Manuel para mandarlo tan lejos, y por cuánto tiempo estaría allí.

Llegamos a su casa. A los cinco minutos de tocar el timbre, salió Lucas riéndose. Tenía un joistick en la mano derecha y un celular en la otra – ¡chicas, hola! Pasen, pasen–.

– ¿Y Manuel? – preguntamos las tres juntas.

–No está– respondió riendo de nuevo. –Me dijo que las espere, pero él hace menos de diez minutos se acaba de ir al dentista–.

–Ahh–.

–Entonces volvemos cuando él esté– dijo Lucía –nos vemos– empezó a caminar hacia un costado.

Le sonreí a Lucas, que miraba algo confundido, y con Romina caminamos rápido tras ella para poder alcanzarla.

Para pasar el rato, Lu quería ir a ver lo de nuestro viaje así que fuimos al centro.


Manuel me escribió a la media hora después, pidiéndome que vaya a su casa porque él estaba esperándonos.

–Ay, pero vayamos lento. No le des el gusto– exclamó Romina.

–Si vamos ahora, nos vamos temprano– respondí.

–Es verdad, porque a veces nos colgamos– intervino Lucía –aparte vamos a tomar o no sé qué otras cosas. Vas a fumar porro– codeó a Romi.

– ¡No, estás loca! – gritó.

–A dos manos estabas fumando el otro día– me reí.

–Sí, y vos estabas en bola–.

–Yo era– Lucía tapó la cara con sus manos, miré mal a Romina, ya que sólo nosotras dos sabíamos lo que pasó, y le susurré que después le contaría bien a las chicas o al menos a Lu.

–Cierto– habló después de un rato –vos eras la picarona, Lucía. Esa parte tuya estaba bien escondida, ¿eh? –.

Cruzamos rápido el puente que comunicaba el centro con la terminal, y relajamos el paso cuando faltaba una cuadra para su casa. El sol todavía nos pegaba en la cara, las tres veníamos transpirando un poco y era peor porque teníamos la camisa de los actos, además me molestaban las medias por lo que las bajé lo más que pude, quedando un poco abultado al final.

Lo que jamás dije.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora