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–Martina, tomá tu celular– Lucía me pasó el celular, lo guardé en el bolsillo y me empujaron.

– ¡Vení para acá! – me agarró la mano Romina, quien me hizo entrar en la parte del garaje, porque iban a cerrar los portones.

Ver a todos ellos pelando, pegándose y dándose insultos me hizo sentir peor. La gota que colmó mi tranquilidad, si es que me encontraba en ese estado segundos antes, fue ver a Fernando sangrando y su remera llena de sangre.

– ¡Ay, no, Fer! – me acerqué a él –Fernando, mirá lo que te hicieron– le acaricié la mejilla.

Él me vio llorando –pará, Martina, ya está no llorés– me abrazó, y nos chocaron a los dos. – ¡Pelotudo de mierda, loco, estoy con una mina! – gritó Fernando a un chico que era amigo de mi hermana.

– ¡No, Fernando! – tomé su mano.

– ¡Martina, déjate de joder y vení para acá! – Romina tiró de mí, llevándome hacia adentro de la casa.

–No entra nadie más– mi hermana Sara cerró la puerta –Martina, a Pedro lo agarraron entre todos. Ya llamaron a la policía y se van a llevar a los mayores de edad–.

Asentí y me quedé pensando en que... – ¡no, Romina que entren los chicos! ¡No, los chicos no! – no me dejaron salir pero adentro caminaba de un lado al otro por los nervios de que a ellos les pasara algo.

El dj ya se había ido y dentro había pocas personas, sobre todo mis compañeros y los chicos de b que miraban sorprendidos y ayudaban a Pedro.

– ¿Estás bien? – me acerqué a él.

–Sí, Martina. Yo no siento nada, nada– respondía sacudiéndose la ropa.

Calmé un poco mis nervios al ver que Romina con Lucía entraron acompañadas de Manuel, Lucas, Fernando y Tobías.

Adriana lloraba limpiando la nariz de Fernando. Me dio bronca verla así porque ella fue la primera en andar insultando a Tobías, y ahora andaba de buenita con él, triste por lo que le había pasado.

Negaba mordiendo mis uñas, sentí en nudo en la garganta. Ya fue, ya fue, llorá me dije a mí misma. Mis lágrimas caían, además de sentirme mareada por la cantidad de alcohol que tenía en mis venas. Necesitaba un abrazo.

–No llorés, Martina– habló Fernando. –Ya está–.

–Es mi culpa– murmuré.

–No es tu culpa, boluda– Manuel restregó mi brazo y se colocó al lado de Romia –no llorés–.

Esos no llorés me hacían peor, sentirme más débil y estúpida por estar así. Era mi culpa al final.

Salí afuera de mi casa cuando escuché que la policía ya se había ido, así que me senté en la escalera de allí, mirando mis pies y llorando con más fuerza. Algunos me siguieron, mis hermanas y mi cuñado daban vueltas por afuera para despedir a los demás chicos.

–No llorés Martina– Axel se sentó al lado mío para abrazarme y confortarme. No quería estar con él así que empuja levemente mi hombro, como indicio para que se alejara pero él seguía ahí, molestándome.

–Che, ura, nos re vimos– reconocía esa voz. Tobías se arrodilló para estar a mi altura.

–Nos vemos–. Axel se despidió y se fue rápido.

–Ya está, Marti– Tobías acarició mi mejilla, juntó nuestras frentes y me hablaba despacio, tranquilizándome. Escuché a mis hermanas y a Romina junto a Manuel hablando entre ellos.

–No pero...–.

–Shh, quédate tranqui– se sentó al lado mío, mientras que algunas lágrimas caían él las limpiaba con sus dedos, además de besarme la mejilla y abrazarme –estás helada. Dejá de llorar– apoyé mi cabeza en su hombro. Hubiera permanecido así para siempre.

–Ay, qué lindos– habló Romina.

No recuerdo en qué momento me acompañaron a la habitación de mi sobrino y me dejaron acostada allí.

–Che, tu celu– entraron Lucía con Gabriela.

–Ya fue– murmuré, mi cabeza dolía como la mierda.


Mierda, el celular.

Abrí mis ojos buscando como loca, sin embargo justo llegaron mis papás. Otros gritos, más retos y más lágrimas mías. Me sentía como la misma mierda, y nadie estuvo allí conmigo, ni siquiera mis amigas intentaron comunicarse conmigo: un simple cómo estás.

Lo que jamás dije.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora