Caminábamos abrazadas a Luciana, las tres llorábamos y yo le marqué a mi hermana. El mismo chico de remera celeste iba detrás de cada una preguntándonos si necesitábamos un abrazo.
Iba a llamar a mis papás y bajé el brazo para sostener la campera de Luciana, y este chico me quitó el celular.
–Me sacó el celu– grité, quise correr pero justo pasó un colectivo. Los que nos acompañaban fueron detrás de él. –Nos tomamos un remís– dije, y fuimos a la comisaría.
Romina todavía mareada fue a sentarse.
–Hola– hablé, mi aspecto preocupó a la policía del mostrador –queremos hacer una denuncia–.
–Pasen por allá–.
Luciana entró llorando a la oficina del policía, y le contamos todo.
Llegaron mis papás, les conté al borde de lágrimas y mi mamá fue a acompañar a Luciana porque le estaban secuestrando la ropa interior, luego me dijo que la bombacha se encontraba toda manchada o sucia, y ella conociendo de estos temas, supo que era semen y sangre.
Abracé a mi papá, le pedía perdón a Luciana, diciéndole que yo la llevé ahí.
Me retaron, por supuesto y eso provocó sentirme más sola todavía.
Lo peor no fue cuando llegaron los papás de Luciana demasiados preocupados, lo peor fue el momento justo en que Luciana le contó a su mamá lo sucedido.
Volvimos a la casa de Sara, donde me retó y mi cuñado también. Mis papás en la vuelta a mi casa también me retaron; Adriana me gritó por qué me fui sin decirle nada; Enrique quiso saber y me miraba con desaprobación; Fiorella ese día se había quedado a dormir y fue la única persona que me escuchó, me dio un abrazo y colocó su hombro para llorar, agradeciendo que al menos las cosas no ocurrieron de una peor manera.
Los días seguidos recibí un mensaje de Manuel al Facebook, lo hablé cortante y terminé sin responderle, no quería saber nada de él.
Mis papás cada vez que podían me daban una charla donde terminaban sacándome en cara todo el mal comportamiento que tuve y lo idiota que fui al mentirles, juntarme con ellos y confiar.
–Estoy tan decepcionado con vos, Martina. Por confiar te pasó todo eso, de ahora no pidas otro celular y nada de salidas. Castigada– habló mi papá.
Además, mis hermanas le contaron un montón de cosas que yo les había contado porque confiaba en ellas. Adriana incluso dijo que yo vendía drogas para caerle bien a Manuel, Sara dijo que yo les permitía a ellos que hagan lo que quieran conmigo, mis papás les creyeron más a ellas que a mí cuando les conté de la mentira, estaban seguros que yo había hecho algo más.
Me sentía sola y me hicieron sentir más sola mi familia al decirme todo eso, me hicieron sentir una mierda de persona que decepcionaba a todos.
–Vos le confiabas todo a Manuel, incluso tu plata y celular. Mirá como te paga– dijo mi mamá.
Mamá, yo le confiaba mi vida a Manuel.
Sí, entré en depresión. Lo único que hacía era comer, llorar, dormir y quedarme estancada en mi habitación, lamentándome de todo, viviendo del pasado. El único a mi lado fue Luke, en todo momento y dándome besos cada vez que lloraba.
Dejé de salir, me entró un profundo miedo a salir sola y sobre todo a los hombres, a aquellos con sus miradas lascivas y comentarios fuera de lugar. Me daban repulsión.
Por no salir, empecé a engordar varios kilos. Otro problema, más inseguridad respecto a mi peso, a mi cuerpo, a mi personalidad, a Martina. ¿Quién era yo? Era mirarme al espejo, notar en todo lo que me había convertido, mi imagen me producía asco.
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Lo que jamás dije.©
Teen Fiction¿No te parece que entre dos personas siempre hay algo que no se dice?