Capítulo 4: Cena
La tarde se me fue demasiado lenta, estar en una casa con ''todo'' incluido, pero no atreverte a tocar nada resulta un tanto enloquecedor.
Hacía calor, pero no se me pasaba ni por la cabeza meterme en la piscina, me apetecía ver un rato la televisión, pero igual, no me sentía digno de tocar su mando a distancia ni sentarme en su sofá.
Las horas se me habían ido aquí, en el jardín, dando vueltas entre el huertecillo y las flores, era curioso lo bien organizado que estaba todo, pude ver algunos calabacines picados, los cuales retiré y tiré en el cubo del abono en el que se descomponían todos los restos orgánicos.
Bruce lo tenía todo calculado y pensado para que su huerto fuese cien por cien natural, sin nada de químicos.
Me entretuve un rato observando el aleteo de una mariposa monarca junto a una mariposilla blanca, de esas que dicen que dan buena suerte.
¿Sería una señal del universo? Quizás la monarca era Bruce, y la mariposa blanca, más humilde y sencilla, yo.
Por algún momento sentí deseos de atrapar una, para jugar con ella más que nada, pero recordé que las alas son tan débiles que podría ser fatal para el pobre insecto, así que decidí contentarme con sus bonitos aleteos que parecían danzar la música de la vida.
Nunca me había fijado tanto en una mariposa, ni en un calabacín, en una zanahoria o unas margaritas, jamás me había parado a pensar el porqué de cada cosa, ni en cómo la naturaleza obra su magia con cada ser vivo que vive en este planeta. Me di cuenta entonces, de que los problemas diarios nos absorben tanto del mundo en el que vivimos, que llegamos incluso a olvidar que estamos vivos.
Al final, todo lo que importa es el dinero, dinero para pagar el alquiler, para llenar la nevera, para darse un capricho, para ser feliz.
Pero las mariposas no tienen dinero, no pagan el alquiler, no llenan la nevera, no se dan caprichos, y son felices.
La vida les proporciona todo lo que necesitan, ellas solo se limitan a fluir cada día, no pensando en el ayer ni en el mañana, sino siendo conscientes del presente que se les brinda.
Me doy cuenta entonces de que la vida no es dura, los humanos la hacemos dura.
Nos gusta conseguir las cosas con esfuerzo, nos apasiona alardear de lo que logramos y nos compadecemos de nosotros mismos ante los malos momentos que vivimos. Somos egoístas con quiénes no lo merecen y demasiado buenos con quiénes lo merecen menos aún.
Pero por suerte no todo el mundo es así, hay personas como Bruce, que se preocupan por el abono de sus hortalizas, que cuida a Radisson como a un hijo y mima a sus flores como el mejor marido del mundo lo haría con su mujer.
El sol se estaba poniendo en el horizonte, la habitación en la que Bruce se había encerrado seguía con la luz encendida, desde la ventana podía ver su silueta moverse de vez en cuando para después volver a sentarse, parecía que escribir una novela no era nada sencillo.
Pensé que un hombre como él, desearía cenar temprano, por el tema del culto al cuerpo y el control de las calorías, así que esperando no volver a equivocarme, me dispuse a hacer la cena.
Caminé hasta el interior de la casa, siendo golpeado por el olor ''marino'' del ambientador que usaba, bastante suave y agradable.
Cerré la puerta de cristal a mi espalda y encendí la luz del salón, giré a la izquierda traspasando la barra americana y me lavé las manos.
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La pesadilla de Bruce
RomanceLa vida de Bruce Hunter es tan perfecta, fría y calculada como todo el dinero que hay en su cuenta corriente. Dueño por herencia tras la muerte de su joven padre, de una empresa de construcción. Soltero de oro, codiciado como nadie, perseguido hasta...