Capítulo 4: La noche

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Capítulo 4: La noche

—¿Qué se siente?—Pregunté, con los ojos abiertos, observando el espejo que estaba justo encima de la cama, hasta ese detalle estaba a la orden del día.

La imagen de Bruce tumbado en la cama era hermosa, con una mano detrás de su nuca, su cuerpo fornido relajado y aquel pijama cubriendo esa piel que yo moría por ver en la penumbra.

—¿A qué te refieres?

—Al tenerlo todo, ¿qué se siente cuando lo tienes todo?

Bruce suspiró, eran las tres de la mañana, y ninguno de los dos lograba quedarse dormido, nos costaba acostumbrarnos a la presencia del otro en la cama mas de lo que esperábamos, la pregunta era ¿por qué?

—Te sientes vacío, tener absolutamente todo es lo mismo que no tener nada, careces de deseos, de ilusiones por conquistar metas, pierdes el interés del día a día, es como si la vida se tornara insípida, dejando su dulce sabor para aquellos que obtienen lo que quieren tras un largo esfuerzo.

—¿Así que eso es lo que se esconde detrás del éxito absoluto?— Arrugué la frente, no podía creerlo.—Si yo tuviese una piscina me bañaría todos los días en ella, haría fiestas con mis amigos, aunque fuesen pocos, fardaría de cochazo, me codearía con la gente famosilla, presumiendo de ser un escritor de éxito, comería todos los días en buenos restaurantes y...

—Y llegaría el día en el que la juventud se te escaparía de las manos, estarías cansado de hacer fiestas para festejar nada, aborrecerías el coche, porque siempre hay alguien con uno mejor que el tuyo, te darías cuenta de que la fama solo trae complicaciones y dolores de cabeza, ser un escritor de éxito, no es ser un super héroe, y más que elogios, recibes críticas que te hacen dudar del talento que creías poseer.

—¿Y los restaurantes? —Cuestioné titubeante.

—Supongo que la comida es lo único que se queda ahí para siempre.—Nos miramos y sonreímos, compartiendo una risita cómplice.— Pero nada más.

Asentí.

—¿Qué se siente?—Preguntó esta vez él.

—¿Cuándo?

—Cuando no tienes nada.

—Pues...—Volví mi mirada hacia el espejo.— Miedo.—Fue la primera palabra que se me vino a la cabeza.—Miedo de terminar en el fracaso, de no conseguir a alguien que quiera compartir su vida a mi lado, de no lograr la independencia ni la estabilidad, de acabar siendo un sintecho...

—Vaya, parece que ninguno de los dos extremos son agradables.

Asentí.

—Sin embargo.—Prosiguió.—Hay quien con poco o mucho, si es feliz, no creo que la felicidad dependa del dinero, sino de la suerte que la vida te brinde.

—Bueno, si yo tuviese dinero, sería feliz, me daría igual la suerte.—Dije arrepintiéndome de inmediato por el pensamiento que eso pudiese crear sobre mí.

—Es lo que todos piensan.—Curvó los labios entrecerrando los ojos.— Quizás yo sea demasiado viejo para seguir viéndolo de esa manera.

—¡Señor Hunter por favor! Solo tiene treinta y tantos.— Me carcajeé.—No es posible que diga que es viejo.

—No hablo de mi edad Nicolás.—Se incorporó recostándose de lado, mirándome fijamente, desnudando toda la carne de mi cuerpo para quedarse a solas con mi alma.—Hablo de mi espíritu, pensarás que estoy loco, pero siento que he vivido tanto, tanto, tanto... que lo único que tiene sentido para mí, es el amor.

La pesadilla de BruceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora