20 Pesadillas hechas realidad.

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20. Pesadillas hechas realidad.

Bruce me había regalado un sinfín de cosas que no necesitaba, pero él insistía en que todas eran de utilidad.

De todas formas, viniendo de él, me parecían los mejores regalos del mundo, aunque ya había insistido una y otra vez en que mi mejor regalo, era permanecer a su lado.

Entre todos los regalos había un móvil de teléfono nuevo, me había apañado para estar sin ninguno desde que lo vendí, pero a él le ponía de los nervios no poder llamarme y ya había intentado comprarme uno en otras ocasiones.

Después de abrir todos los paquetitos y meter los cientos de papeles de colores en una bolsa, nos dimos un baño juntos. La sensación de descansar sobre su pecho, enjabonar sus pectorales, acariciar sus hombros y sentir sus brazos rodeándome entre el agua tibia y la espuma, sí podía considerarse uno de los mejores regalos de cumpleaños en toda la historia de mi vida.

Hablamos sobre mis padres, decidí abrirle mi corazón y contarle lo duro que fue superar la muerte de ambos, ellos siempre vivieron de alquiler así que no tuve un techo como herencia, tan solo dolor y soledad.

Lloré en su hombro y él trató de calmarme, me preguntó cuáles eran mis deseos más profundos, y le confesé que lo único que deseaba en mi vida, era no tener que volver a decirle adiós a un ser querido.

Terminamos en la cama, pareció que la cosa iba a calentarse, que terminaríamos haciendo el amor, tal y como lo deseaba, pero su rostro me mostraba una preocupación profunda, seguida de una carga mental que ojalá, me permitiese ayudarle a llevar.

No quise agobiarle ni insistir en saber lo que había detrás de su mirada entristecida y nerviosa, tan solo me limité a comprenderle, a usar el lenguaje del alma, ese con el que sin usar palabras, se establece una comunicación que va más allá de todas las lenguas, de todas las expresiones.

Nos besamos, nos abrazamos y recorrí su espalda con la yema de los dedos hasta que quedó dormido.

A media noche, sentí como se levantaba de la cama, salía de la habitación, daba varias vueltas y regresaba.

Le busqué entre las sábanas para abrazarle, besé su nuca y sentí sus dedos acariciar mi mejilla, en un intento de decirme que ''todo estaba bien'', sin estarlo.

Al final, aquel sentimiento de angustia terminó por contagiarnos a ambos, haciendo que me costase tanto o más que a él, conciliar el sueño.

(...)

La parte que viene a continuación, es una de las más dura de contar, el pulso me tiembla y los ojos se me cristalizan solo con pesarlo, pero no habéis llegado hasta aquí, queridos acompañantes, para quedaros sin saber lo que pasó.

Así que debo ser valiente, endurecer el corazón y continuar con mi aventura junto al investigador del amor. Junto al hombre de mi vida.

Recuerdo que desperté y aun amanecía, la soledad en aquel enorme colchón me resultaba desoladora, su aroma era embriagador, pero no comparable a su calor corporal ni al tacto de su piel.

Me levanté con sueño y un ligero dolor de cabeza.

Pasé la mano por mi frente varias veces, tiré de la sábana y busqué las zapatillas a oscuras por la habitación.

Cuando di con la luz, me eché una sudadera por encima, pues llevaba una camiseta de mangas cortas y hacía algo de frío, abrí la puerta para bajar las escaleras y el olor a productos de limpieza me llegó de inmediato.

La pesadilla de BruceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora