22.Un viaje inesperado

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22. Un viaje inesperado

Desperté una nueva mañana, la novena, en la que Bruce ya no formaba parte de mi vida.

Me preguntaba si ya habría encontrado a ese candidato perfecto que necesitaba y me mortificaba imaginando que ambos tendrían una relación mejor ''que la nuestra''.

Porque aunque para él todo fuese mentira, para mi si hubo un ''nosotros''.

Arrastré los pies de mala gana hasta la cocina y me hice un vaso de leche tibia, sin nada, no había endulzante capaz de otorgar placer a mi vida desde que él se fue.

Tomé los apuntes de mis estudios, estaba sacando bachiller por la escuela de mayores, quise repasar algo, pero me era imposible.

Dejé mi cabeza caer sobre el sillón y resoplé.

Con el dinero que Bruce me había pagado por mi trabajo, o mejor dicho, por enamorarme como un niño idiota e imbécil, me había comprado un pequeño estudio de un dormitorio, cocina y baño en el edificio que estaba frente a la casa de Daniel.

La cantidad me daba para una vivienda muchísimo mejor, pero yo no necesitaba más.

Escuché unos pasos acercarse a la puerta, pensé en Daniel pero luego deseché la idea ya que sabía estaba trabajando.

Nadie más sabía que yo vivía aquí, entonces ¿quién podía ser?

Oí un maullido que me resultó familiar a lo que afiné el oído, mi corazón se disparó cuando el timbre sonó y pensé que podría ser él.

Corrí a la puerta sin pensar en nada más que encontrar su preciosa mirada, no me importaba el motivo por el que hubiese venido, necesitaba volver a verle.

La idea de visitarle me había bombardeado sin cesar, pero solo con pensar que me echase a patadas, o le encontrase con ''mi sustituto'', me atormentaba.

Abrí rápidamente tras mirarme al espejo y aprobar mi aspecto.

No había nadie.

Otro maullido me hizo agachar la mirada encontrando una jaula de mascotas junto con una nota.

La tomé y la introduje dentro de casa, reconociendo de inmediato al pobre Radisson.

Aquello no era normal, sentí temor, un temor tan grande como el universo entero, si Radisson estaba a aquí, Bruce no podría estar bien.

Abrí la jaula a lo que el animal se me sentó sobre las piernas lamiéndome la cara sin cesar a lo que yo trataba de leer la nota.

—Radisson, pequeño amigo, también me alegro de verte, pero necesito saber qué le ha pasado a tu dueño.—Destapé la solapa que encerraba la nota en el sobre y la saqué, descubriendo su caligrafía, manchada por algunas gotas que parecían lágrimas.

Mi querido Nicolás, no sé cómo tengo valor para escribirte estas palabras después de lo que te hice, me prometí a mí mismo no volver a interceder en tu vida y no estropear ni uno solo de tus días, pero me temo que no soy tan fuerte, y me siento en la obligación de hacer esto para de una vez, descansar en paz.

Te pido perdón de todas las formas posibles aun sabiendo que no merezco tus disculpas, quisiera ofrecerte una explicación mejor que la que te di, quisiera convencerte de que no soy el monstruo que todos creen, pero lo único que puedo decirte, es que no me es posible llevarte a dónde voy, tampoco puedo llevarme a Radisson.

No estoy en condiciones de solicitar favores por tu parte, pero no te lo pido yo, te lo pide él, mi peludo amigo, mi confidente, mi compañero de aventuras, mi gran apoyo en esta larga travesía de mares revueltos y tormentas. Cuídale como él me cuidó a mí, deja que se acurruque a tu lado en las noches y acaríciale las orejas cuando maúlle porque me echa de menos, ponle películas del oeste, le gusta verlas y dale atún tres veces en semana.

La pesadilla de BruceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora