El diario de Claire

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Sus pies tocaron suelo firme al instante. Abrió los ojos y su mandíbula se desencajó.

Delante de ella se erigía una imponente mansión de piedra clara, vestida por las enredaderas más verdes que había visto nunca, y se movían suavemente al compás del viento, produciendo un ruido blanco de lo más relajante. Miró alrededor. Estaban en lo que se podría definir como el jardín. Césped del mismo verde intenso que las trepadoras, cubría el suelo de toda la basta extensión, plantas y flores de todos los colores estaban esparcidas por todos los rincones, dándole una imagen de ensueño... Y eso que el cielo estaba completamente encapotado de unas gruesas nubes grises, estaba deseando observar ese jardín bajo la luz del sol, sería una imagen sobrecogedora.

De repente, unos ladridos rompieron el silencioso momento. Liadan volteó sobre sí misma, buscando de dónde procedían cuando de repente, algo grande y peludo se le echó encima, tirándola al suelo y llenándole la cara de babas.

− ¡Angus basta, le harás daño! –riñó Alastair mientras sacaba de encima de Liadan al enorme perro. Luego, le tendió una mano a la chica y la ayudó a incorporarse. − ¿Estás bien?

Liadan se acicaló un poco mientras reía. ¡Menuda fuerza tenía ese perro! –Sí, estoy bien. –contestó mientras se acercaba sonriente al gran y peludo perro. − ¿Es tuyo? –preguntó ilusionada.

Alastair sorprendido por la actitud alegre que mostraba la chica, contestó. –Sí, bueno... Tu abuelo se lo regaló a tu padre cuando era pequeño, siempre le habían gustado mucho los perros.

− ¿Enserio? A mí también me gustan mucho... Es un Husky Siberiano ¿cierto? –pregunto mientras acariciaba con energía a Angus, que se deleitaba con las caricias de la nueva inquilina mientras su lengua se balanceaba de un lado a otro.

−Así es. –respondió Alastair sorprendido.

−Pero... ¿Cómo es posible que...? Bueno... -le tapó las orejas al perro- ¿Que siga vivo? Leí que los Malamute no viven más de doce años.

Alastair se enterneció al ver como la chica intentaba evitar que Angus, que no entendía lo que decían, oyera algo con lo que "podría sentirse ofendido". –Tienes toda la razón. Verás, investigué también sobre el asunto, pero nunca hallé respuestas. A veces pienso que tu padre le quería tanto que le aplicó un hechizo de durabilidad infinita. –bromeó, haciendo reír a Lia.

Un rayo iluminó el cielo, seguido muy de cerca por un trueno que retumbó violentamente y grandes nubarrones negros se acercaban a una velocidad vertiginosa. –Va a empezar a llover, vamos, te enseñaré la mansión. –le dijo Alastair.

Se dirigieron hasta la enorme y bella construcción seguidos de Angus, que no se despegaba del lado de Lia e intentaba llamar su atención de vez en cuando, dándole golpecitos con la cabeza en la mano o la pierna, ganándose alguna caricia por el camino. Alastair había sugerido de hacerlo parar, pero Lia se había enamorado y había desistido la oferta. Era el perro más cariñoso y achuchable del mundo, le encantaba que ella también le gustara a él.

Una vez llegaron a la altura de las grandes y sobrias puertas de entrada, éstas se abrieron, dejando ver a una especie de mayordomo recién salido del siglo XIX. A Lia le sorprendió su increíble palidez, que superaba con creces la del mismísimo Snape, juraría que hasta podía verle las venas a través de la fina piel. Los ojos del hombre eran de un azul muy pálido y su rictus era severo y disciplinado.

−Liadan, te presento a Sebastian, es el mayordomo de la familia, cualquier cosa que necesites, él te proveerá de ello. –presentó Alastair.

Sebastian le hizo una reverencia a Liadan. –Será un placer servirla Lady...

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