Capítulo tres.

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-La última noticia que tenemos de ellos es en Rusia, frontera con Ucrania, más concretamente -Erick señala un punto en el mapa que hay proyectado en la pared de la sala de reuniones del edificio.

-¿A dónde han podido ir? -pregunto, refiriéndome a los dos líderes de La Alianza, el nuevo grupo terrorista que tiene los ojitos puestos en Rusia y Reino Unido. Le dedico una mirada a Paul, uno de los ingleses que colaboran con nosotros y que, junto a Erick Kolarov, lleva unas siete horas explicándonos a Black y a mí la información que conocen sobre nuestro próximo objetivo.

-Puede que se quedasen en Italia y tomasen un avión a Londres - es Paul quién me responde.

-Pero eso sería arriesgarse a ser vistos, -rebate Sebastian, haciéndome rodar los ojos -han tenido que coger un jet, Paul. -Paul y Erik cavilan la respuesta un segundo, como si lo que haya dicho Sebastian tuviera sentido realmente. Me dedica una sonrisa socarrona. Yo, en cambio, le otorgo una de mis peores miradas asesinas.

-Sí, eso hemos pensado nosotros...

-Pero, ¿y si ese vuelo era comercial? Quiero decir, ¿si no iban solos en el avión? -completa Erick. Miro el reloj de mi muñeca. Un cuarto de hora ha pasado desde medianoche, y mis ojos ya empiezan a cerrarse. Tanto tiempo con Black al lado afecta a mi cerebro.

-¿Y eso a ellos de qué les sirve? -pregunto, un poco confundida.

-De nada. -es Sebastian el que me contesta, causándome un repentino dolor de cabeza. Llevo las manos a las sienes y él ríe.

-Joder, estos cabrones..., como no actuémos rápido van a hacer algo muy gordo. Y para actuar rápido, hay que entenderles. -Paul toma un trago de su..., ¿octavo café en lo que va de noche?

Cuando se ponen a hablar del famoso vuelo Kiev-Londres, saco la lima de uñas rosa del bolso y me dispongo a arreglarlas, frunciendo los labios.

Llevamos casi siete horas metidos en la misma habitación. Soy más de acción, sin importar la reacción. No me gusta estar sentada planeando el siguiente ataque. Prefiero atacar.

Mi lema es: "¿Por qué pedir permiso pudiendo pedir perdón?

Bueno, ése es el segundo. El primero es: "Siempre, siempre, siempre, estoy perfecta."

-Natasha. -oigo mi nombre en alguna de las voces masculinas que me rodean en la sala, pero me dedico únicamente a lo bonita que me queda la uña del índice izquierdo. -Natasha, ¿me estás escuchando? -Levanto la vista hacia el locutor, y resulta ser Erick.

-Sí.

-¿Qué he dicho?

-Hummmm, "¿Natasha?" -sonrío inocentemente y Paul conmigo. Ni siquiera me fijo en Sebastian, pero lo poco que lo conozco, supongo que sonríe con cara de engreído y guarro.

-Te quiero atenta, Natasha.

-Pensé que me querías divina.

Más risas en la sala de reuniones.

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-¿Te han quitado el caso Belikov? -miro a Sam y Sabrina por la pantalla de mi ordenador portátil, con rostro afligido, y asiento. -Tía, eso es una mierda. ¿En qué trabajas ahora?

-Resulta que hay un grupo terrorista liderado por un Ruso y un Británico. Tengo que ocuparme.

-¿Tú sola? -pregunta Sam. Hace que sonría y arquee una ceja.

-¿Crees que no puedo?

-Sabes a lo que me refiero.

-No, no lo hago sola, desgraciadamente. Me han puesto a trabajar con un imbécil engreído inglés. Un tal Sebastian Black.

-Tiene nombre de tío sexy -añade Sabrina, por lo bajo, pero lo suficientemente alto como para que yo le oiga. Claramente, Sam también le ha oído, porque hace una mueca y porque están en la misma habitación.

Ah, nuestras conversaciones de horas por Skype como tres adolescentes...

-Créeme, no es sexy. Da asco.

-Ya...

-Oye, Nat. Tenemos que irnos -dice Sam, con cierta impaciencia. Les miro extrañada por mi cámara web.

-¿Ya? Si llevamos quince minutos hablando.

-Somos agentes de la CIA, ya sabes cómo va esto. -dice él. Y, seguidamente, son los dos los que gritan la despedida -¡Te queremos!

Bajo la pantalla del portátil y me levanto de mi colchón para ponerme unas mayas de yoga y una camiseta rosa de deporte. Miro por la ventana de mi pequeño apartamento en la capital rusa. Un sol ardiente asoma tímidamente por entre las nubes que tapan Moscú. Decido coger una chaqueta gruesa por si acaso. Cierro la puerta con llave, y me encamino en las calles, respirando el aire fresco de mi ciudad natal.

Vuelvo a ser rubia, y mi cabello platino ondula al viento mientras acelero el ritmo para correr más rápido. Un Sábado por la mañana, es bastante común ver a docenas de rusos correr o hacer footing, y Natasha Eristoff no iba a ser menos.

Cuando llego a la Plaza Roja, aminoro la marcha un poco para observar las cúpulas coloridas de los bonitos edificios. Es lo que más me gusta de Moscú, la Plaza Roja. En Navidad tiene luces de colores por entre las farolas, pero en verano, la Plaza Roja es aún igual de bonita que siempre.

Decido volver a mi ritmo habitual, y al salir de la Plaza, me meto por un pequeño callejón que va a dar a una calle comercial, en la que suelo comprar el pan. Pero el callejón siempre es oscuro, como si escondiese algo tenebroso. Lo llaman: El Callejón Kiwsaroff.

Cuando ya veo la luz de la calle contigua, algo me empuja contra la pared de ladrillo y me hace perder la respiración durante unos segundos. Cierro los ojos y me cuesta adaptarme a no respirar, pero cuando los abro, sólo veo a un hombre camuflado. Lleva una sudadera negra con la capucha puesta, unas gafas de sol del mismo color y una navaja abierta en la mano. Tardo unos segundos en darme cuenta de que tengo un leve corte en la mano.

-¿Y a ti qué te pasa, pedazo de animal? -le espeto, sin miedo alguno. Él hace un movimiento hacia delante, muy rápido, como si fuera a atacarme.

-Cuidado con lo que haces -es lo último que dice, en bajo, pero lo suficiente como para que haya quedado registrado su tono de voz en mi corteza sensorial.

Me acaricio el dorso de la mano derecha, llenando de sangre la otra. El corte no es muy profundo. Más bien como los que te haces cuando cocinas. Pero la herida escuece y provoca una mueca de dolor en mi rostro.

-Princesa, ¿estás bien? -olvido mi mano por completo y levanto la vista. Sebastian está a tan sólo un paso de mí, mirándome con su típica sonrisa de autosuficiencia. Aunque veo algo en sus ojos, un brillo.

-Te he dicho que no quería verte. Sólo lo profesionalmente necesario -hago ademán de caminar, para salir del callejón, pero Sebastian me coge del brazo y agarra mi mano con rapidez. Intento evitarle, apartar la mano, pero es más fuerte que yo.

-¿Quién te ha hecho esto? -pregunta, sin su habitual sonrisa. Pero ahora soy yo la que esboza una.

-Nadie, he sido yo. Me he cortado con la valla del final del callejón -parece pensar unos minutos su respuesta, como si de verdad supiese que le he mentido.

-No me lo creo -murmullo algo en ruso por lo bajo, ya que cuando hablo con Sebastian, tengo que pasarme al registro Inglés. Él habla Ruso, pero no lo suficiente para entender cuando estoy enfadada -Natasha.

-Adiós, Black -aparto violentamente mi mano de entre las suyas y apresuro el paso para salir del callejón, derechita a la calle comercial.

-¡Natasha! -Sebastian grita a lo lejos, pero decido que no me voy a volver.

Y no lo hago.

Diario de una espía©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora