Capítulo diez.

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Sólo había algo que me alejaba de mi objetivo: Sebastian Black.

-Sebastian tengo mucha prisa...

-¿Qué pasa? -pregunta él, frunciendo el ceño, como si supiera que algo anda mal. Me desespero y aprieto el asa del bolso contra el pecho, un gesto que hago cuando estoy nerviosa y tengo el bolso a mano. Le escruto con la mirada, parece realmente preocupado, y aunque una parte de mí quiera invitarle a cenar, la otra me dice que corra a casa de Adrien.

-Es... es mi hermano -le digo sin pensar. Él lo capta al instante y cierra la puerta de mi apartamento.

-Vamos en mi coche -dice. Bajamos las escaleras corriendo, tan rápido como nos los permiten nuestros pies.

No sé cómo ha sido siquiera posible que con tres palabras y una mirada, Sebastian entendiese lo que pasa. Pero eso me gusta, y me reconforta.

¡Estúpida yo! ¿Qué hago pensando en ÉL de esa forma?

-Vamos, sube -ordena él, suavemente, cuando paramos frente a un Saab, cuatro por cuatro, plateado. Hago lo que me dice y, rápidamente, me abrocho el cinturón en el asiento del copiloto. -Dime la dirección.

-Staropimenovskiy. Corre.

Sebastian pisa el acelerador tan fuerte que me empuja contra el respaldo. Corremos veloces por las calles de mi Moscú natal, demasiado preocupada por Adrien. ¿Qué habrá pasado? ¿Por qué esa llamada tan abrupta? ¿Estará bien? ¿Tiene esto algo que ver con la Alianza?

¿Por qué a mi hermano y no a mí?

Y cuando me hago esa pregunta, me quedo completamente sorprendida.

Nunca antes había pensado en que alguien fuese más importante para mí salvo yo misma. Y ahora, mientras aguanto las lágrimas al lado de un tío al que detestaba hasta hace unos días, y sin saber si mi hermano está vivo, no me puedo creer lo que pasa por mi mente.

Cuando un semáforo en rojo nos hace detenernos, Sebastian ladea la cabeza en mi dirección y, sin preguntar, apoya una de sus grandes manos en mi pierna. Yo cierro los ojos: no lloraré.

-¿Estás bien? -dice él, con su voz masculina.

Maldita pregunta. Odio que la formulen cuando estoy a punto de llorar. Es la que hace que finalmente me derrumbe. Pero no esta vez, no ahora.

-Sí. Sólo estoy preocupada.

-Todo estará bien -asegura, creyéndoselo y por lo tanto, me lo hace creer a mí -Ya lo verás.

Pero el semáforo vuelve a abrirse y dejo de sentir su suave tacto en mi pierna. Suspiro.

No tardamos mucho más de cinco minutos en llegar a la calle de mi hermano. Miro en dirección a sus ventanas: todo parece estar en orden.

Black busca un aparcamiento rápidamente y, al no encontrarlo, dice que baje y que suba,que él ya me alcanzará en unos minutos cuando aparque.

-Nat, sé que tu hermano estará bien. Pero, aún así, ten cuidado, por favor -dice, y, segundos después, cierro la puerta del coche y salgo corriendo en dirección al portal de Adrien.

La puerta principal está abierta, y saco una pequeña pistola del bolso, la cual se me ha sido concedida por trabajar para el gobierno. Subo todas las escaleras a trompicones hasta que, llego al tercer piso, y recorro el pasillo en silencio, con la espalda pegada a la pared.

Es entonces cuando me doy cuenta de que la puerta del apartamento de Adrien está abierta de par en par y, sin poder evitarlo, salgo disparada en esa dirección, con la pistola en alto.

Diario de una espía©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora