Capítulo doce.

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Se llevan a Adrien a las pocas horas. Pataleo,pego, e incluso corto a alguien con el cuchillo que le robé a Sebastian, pero es inútil. No me dejan ir con mi hermano.

Me siento encima de su manta, con la espalda apoyada en la pared y las manos cubriendo mi rostro.

¿Cómo he podido ser tan estúpida? ¿Cómo he podido permitir que pasara esto? ¿Cómo pude dejar que mi vida se volviese tan oscura?

"No dejes que tus sentimientos influyan en tu trabajo." Me decía siempre Erik. Ahora le entiendo, y me gustaría darme unos buenos cabezazos contra la pared por no haberle hecho caso.

Erik... seguro que está bien. Si lo tuviesen secuestrado como a Adrien y a mi ya me habrían dado señales de ello, para que mi coacción fuese mucho más fácil. Seguro que él nos está buscando, y nos encontrará dentro de poco.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que la bomba estalló en el edificio de Adrien. ¿Horas? ¿Días? La noción del tiempo es extraña en esta habitación. No como, lo único que hago es beber agua.

Parece que fue hace años cuando cogí la mano de Sebastian en el hospital. Parecen siglos los que pasaron desde que oí su último "princesa". Parecen miles de años luz desde que vi los ojos de Sabrina, que ahora estará buscándome.

Nunca pensé que pudiera echar tanto de menos a las personas que veía todos los días. Siento en mi corazón un peso demasiado grande, una carga que no podré soportar si vuelvo a casa sin Adrien... y lo peor, si muero sin verles de nuevo.

-Lucas quiere hablar contigo -me sobresalto al oír la voz de un hombre en la habitación. Desgraciadamente, aún no me han dado de comer y me quitaron el cuchillo cuando casi le corto una mano a otro hombre, así que estoy débil y desarmada: tal y como me quiere Lucas.

Me levanto y salgo de la habitación por primera vez en todo el tiempo que llevo secuestrada. Un hombre alto, musculoso y sin un solo pelo en la cabeza me conduce por un pasillo con iluminación en las paredes y suelos de moqueta. Si estamos en un piso, debe de ser muy viejo y grande, aunque no hay una sola ventana a mi alrededor.

Giramos tres veces, y por fin, en el nuevo corredor, hay una puerta de madera entreabierta. El hombre me hace una señal para que pase y yo le obedezco sin oponer resistencia alguna. No me merece la pena gastar fuerzas cuando mi muerte está tan cercana.

La nueva sala es de paredes rojas. No hay ninguna ventana, pero el panorama cambia copletamente al cruzar la puerta: hay televisores repartidos por toda una pared, enormes lámparas que iluminan la estancia, una mesa de madera buena está dispuesta en el centro de la habitación, con cinco personas sentadas en ella y una silla libre con un plato lleno de sopa. Supongo que es mi sitio, así que me siento.

Todas las personas se giran en mi dirección. La primera es una mujer morena, alta y con facciones duras. La segunda se parece mucho, así que deduzco que son familia. Después hay un hombre con un corte que le abarca toda la mejilla derecha.

Los dos últimos hombres son Lucas y Sebastian, el cual me mira directamente y sin ningún tipo de pudor. Lleva una tirita sobre la nariz.

-Vaya, por fin te dignas a honrarnos con tu pres... -dice Lucas, pero le interrumpo antes de que acabe la frase diciendo algo estúpido.

-¿Dónde está Adrien?

-Tu hermano está bien -contesta él, con una sonrisa fanfarrona -está en buenas manos. Ese mismo médico fue el que me curó de tu disparo.

Me quedo unos segundos callada, celebrando en silencio que casi le mato.

-Come, Natasha, esa sopa es para ti.

Diario de una espía©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora