Capítulo nueve.

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-Debería despedirte. Sí, eso es lo que debería hacer. Debería encerrarte en casa y no dejarte salir hasta que te dieras cuenta de lo grave que ha sido esto.

-Lo sé, Erik -¡Bah, cómo si tuviera quince años!

-No, Natasha, no lo sabes. La Alianza puede estar planeando atentados en Rusia y Reino Unido, y mientras millones de personas corren peligro, tú no tienes mejor cosa que hacer que irte a Barcelona a...

-¡Te he dicho que he avanzado en el caso Belikov! -lo cual, cómo ya sabréis, es completamente mentira. En realidad, en esa semana, no hemos hecho nada. Y menos después del accidente de Sebastian, pues tuvimos que volver derechitos a Moscú. Y aquí estoy, setada en el asiento del copiloto del Audi de Erik en dirección a mi apartamento. Aunque aparca en la cuneta de vez en cuando para gritarme más, pues se pone demasiado histérico como para conducir.

-¡No has avanzado una mierda! Y por si fuera poco..., ¡no haces más que poner en peligro la cooperación internacional entre nuestro país y Reino Unido! Bueno, y no hablemos de el disparo de Black...

-¡Eso fue un accidente, ¿vale?! Ya lo llevamos al hospital y está cómo una rosa. ¡Y no hay nadie a quién más le preocupara Sebastian en ese momento que a mí!

Mierda. ¿En serio acabo de decir eso? ¿Esas palabras han salido de mi boca, pronunciadas con ese estúpido tono cursi que adoptan las chicas tontas? ¡No, no y no! Natasha Eristoff no habla así. Natasha Eristoff tiene rollos de una noche. Sebastian Black... pffffffff, ¡qué tontería!

Pero Eric parece que se ha dado cuenta, porque abre mucho los ojos y aparta la vista de la carretera para posarla en mí como si fuese una especie de babuino verde alienígena.

-Tal y como dije una vez, Natasha, no dejes que tus sentimientos interfieran en el trabajo... Una buena espía...

-...tiene mente fría; lo sé. Y sabes que soy la mejor.

-Estoy poniéndolo en duda ahora mismo -farfulla, y toma la salida de la autopista para entrar en Moscú. Me pellizco el puente de la nariz, cabreada. ¿Tanto le cuesta entender que no puedo desquitarme de un caso así como así? ¡Yo! Que fui la que más duro trabajó para desenmascarar toda la maldita res de narcos de Sacha Belikov, ¿y ahora reasignan el caso a un patán incompetente que no mueve un dedo por destaparla? ¡Es muy injusto, mucho!

-Déjame aquí -cuando pasamos frente al supermercado que hay en mi calle, empiezo a desabrocharme el cinturón -tengo que comprar la cena.

Erik para el coche en doble fila y pone la mejilla para que le dé un beso. Lo deposito a regañadientes y me bajo del coche, agarrando el bolso y la pequeña maleta,

-Nos vemos mañana. A las nueve.

-No he olvidado mi horario laboral, gracias -cierro de mala gana la puerta del coche y camino hasta la tienda, para coger algo que llene mi estómago. Pero sospecho que no está vacío por tener hambre.

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Abro los ojos sobresaltada cuando me doy cuenta de que me he quedado dormida en el sofá. La melodía de mi móvil suena de manera insistente, tapando las voces que salen del canal de teletienda de las cuatro de la mañana. ¿Quién es el imbécil que llama de madrugada?

-¿Diga?

-Hola, princesa. Sólo quería saber cómo habías llegado -sonrío. La voz de Sebastian suena cansada, como si acabara de llegar a casa. Al otro lado de la línea oigo como tira los zapatos al suelo y se sienta en una silla. Yo tabién me incorporo en el sofá.

-Bueno, Erik tuvo una batalla mental sobre si debía despedirme o no, y después me hizo responsable del agujero que te quedó en las costillas -Sebastian ríe al otro lado del teléfono, y de repente lo noto muy cerca, como si estuviese en mi salón. -¿Y tú cómo te encuentras? ¿Te duele mucho?

Diario de una espía©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora