Capítulo cinco.

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Mis ojos se abren lentamente debido a la intensa luz solar que penetra por la cortina de la habitación, indicándome que ya es por la mañana.

Me desperezo y examino a fondo mi nuevo y temporal cuarto, repleto de ropa salida de mi maleta de Luis Vuitton. Decido ordenarlo más tarde, y mi cuerpo hambriento se maneja por sí solo hasta salir para llegar a la cocina.

El salón y la cocina están conectados, y son muy agradables. Ambos tienen una paleta de colores en tonos pastel, sobre todo beige. Hay un enorme sofá de tres asientos frente a un televisor bastante vintage, que seguramente no funciona, pero ninguno se ha molestado en probarlo.

En el centro de la cocina hay una mesa blanca y redonda, en la cual Sam, Sabrina y Sebastian están sentados, manteniendo una agradable charla.

Cuando se percatan de mi presencia, los tres se giran y el británico me mira con una tierna sonrisa que yo le devuelvo. Se levanta, y de repente, le tengo frente a mí, cogiéndome la mano derecha. Me dejo, porque prácticamente no controlo mis movimientos. Sus dedos acarician mi barbilla y garganta, y Sam y Sabrina se marchan.

-Buenos días, preciosa -dice él, con una voz extrañamente seductora.

Y, sin darme cuenta y antes de poder reaccionar, Sebastian me está besando. Su brazo rodea mi cintura y me junta a su cuerpo, a su cadera. Acaricia mi nuca con su otra mano y las mías llegan a su pecho desnudo. Juraría que llevaba una camiseta...

Caigo sobre algo blando, un colchón, con Sebastian sobre mí intentando quitarme el pijama. Cuando lo consigue, su boca desciende desde mi cuello, y deja un rastro húmedo por todo mi pecho y vientre. Sus manos van al corto pantalón de mi pijama y se deshacen de él, igual que de mi ropa interior.

Entonces, su boca llega a mi cintura y suelto un largo suspiro. Y sigue bajando, y bajando, y bajando...

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-Nat, Nat. Nat, despierta, vamos a aterrizar ahora -abro los ojos sobresaltada para encontrarme a Sabrina atándome el cinto de mi asiento, completamente tranaquila. -Estabas dormida.

¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sido ese... repugnante y excitante sueño? ¿Quién era...? Oh, mierda.

Mi mirada se desliza al hombre que está sentado en el asiento delante del mío, al otro lado del pasillo, en diagonal. Sebastian lleva una camisa blanca, unos vaqueros y unos zapatos negros, y va leyendo un libro.

Me ruborizo al instante, culpándome a mí misma por tener esos asquerosos sueños con cierto inglés insufrible. ¿Qué me pasa? ¿Es que acaso me estoy volviendo loca?

-¿Nat, te pasa algo? -vuelvo a girar el cuello hacia Sabrina, que me observa confusa, seguramente por mi reacción al despertar. Le agarro la mano y sonrío tranquilizadora.

-No, estoy bien. Vamos a Barcelona -nadie se va a enterar de mis húmedos pensamientos.

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Cuando el avión por fin aterriza en el enorme aeropuerto de la ciudad Española, El Prat, vamos a coger nuestras maletas. No puedo evitar observar a Sebastian más de lo que me gustaría, y parece llevarse estupendamente con Sam y Sabrina, que charlan encantados con él mientras vamos sentados en el autobús que nos acercará a la ciudad.

¿Por qué un autobús y no un coche del gobierno? Fácil: no deberíamos estar en Barcelona.

Las órdenes de Daniel han sido claras, lo sé: centrarme al cien por cien en el caso de La Alianza. Pero soy una espía, y una espía no se desquita de sus casos tan fácilmente.

Diario de una espía©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora