Capítulo cuatro.

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-Cómelo todo, Nat -dice Ann -últimamente estás muy delgada.

Meto otra cucharada de cocido en la boca y sonrío a Ann. Erick y Adrien se ríen y mi madre adoptiva me corresponde con un alzamiento de comisuras.

-¿Y qué tal en el trabajo, Nat, papá? -pregunta Adrien, con una sonrisa. Mi hermanastro, al contrario que los deseos de su padre, trabaja desde hace unos años como productor de televisión en una de las cadenas más conocidas de toda Rusia. Y he de decir, que a sus veinticinco años, no le va nada mal. Aunque de vez en cuando Adrien viene a la oficina a ayudarnos; él tiene muchos contactos.

-Bien, ahora estamos un poco liados con lo de la Alianza -comienza Erick, pero se detiene interrumpido por su mujer, Ann, que hace una mueca de desagrado.

-En la mesa no se habla de trabajo, cariño.

-Sí, Ann -contesta Erick, resignado, y su esposa vuelve a su típica sonrisa afable con todo el mundo.

Devoramos la rica comida de Ann Kolarov en una agradable charla sobre mi viaje a Roma y lo que había hecho estando allí. Y como no hice nada de trabajo, les cuento lo bonita que es la ciudad italiana y que me encantaría volver a visitarla.

-Roma... la ciudad más bonita que vi en mi vida. La Fontana di Trevi... -y cuando les iba a contar la jocosa caída de Sabrina en las bonitas calles, el timbre de la puerta nos interrumpe. -Voy yo -dejo la servilleta sobre la mesa y me levanto. Recorro el vestíbulo del enorme piso de los Kolarov hasta llegar a la puerta principal. Giro dos veces seguidas la llave en la cerradura, y giro la manilla con una sonrisa.

Pero ésta se desvanece al instante cuando veo quién se encuentra al otro lado de la puerta.

-¿Qué haces aquí?

-Hola, princesa, yo también me alegro de verte -Sebastian sonríe de lado y mira detrás de mí -Señor Kolarov.

-Sebastian. ¿Qué hace aquí? ¿Ha sucedido algo?

-No, señor. Venía a buscar a Natasha.

-Señorita Eristoff -le corrigo, bajo la atenta mirada de Erick.

-A la señorita Eristoff. Hay algo que me gustaría mostrarle.

-¿Cómo sabes dónde...?

-¡Estupendo! Afianzando las relaciones entre países. Así me gusta -miro a Erick incrédula, y Sebastian sonríe totalmente satisfecho de sí mismo.

-No puedo. Estamos hablando de...

-¡Tu abrigo, Nat! -alguien detrás de mí me lanza mi gabardina roja y la recojo con rapidez antes de que caiga al suelo. Fulmino a toda mi familia con la mirada, observando detenidamente a Ann, que observa maravillada a Sebastian como si fuese un dios griego.

¿Qué acaba de suceder?

Ann no tarda en cerrarme la puerta en las narices, ignorando mis continuas súplicas de niña pequeña, lo que Sebastian observaba divertido con una enorme sonrisa.

Bajamos las escaleras del edificio en silencio. Yo delante de él, y él detrás, mirándome el trasero seguramente.

-¿Qué quieres enseñarme? -digo, caminando hacia mi Audi estacionado en frente de la entrada de el edificio de los Kolarov.

-¿A dónde vas? Mi coche está por el otro lado -me giro. No ha contestado a mi pregunta, y además pretende que vaya en su coche. ¡Ja! Menudos ilusos que son los ingleses.

-Escúchame bien, Black. Yo jamás, jamás, me sentaría en tu vulgar coche y mucho menos dejaría que condujeses tú. Jamás.

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Diario de una espía©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora