Capítulo siete.

1.8K 103 15
                                    

Cuando abro los ojos, una imagen de lo más peculiar se proyecta en mmi retina.

Sebastian está durmiendo a mi lado, pero, curiosamente, no lleva el pijama puesto ni se ha quitado la gabardina tan siquiera. Me desperezo antes de zarandearle, por no empujarle para que caiga al suelo.

Por algún extraño motivo me duele la cabeza, y cuando Sebastian abre los ojos, decido volver a tumbarme.

-¿Cómo te encuentras? -se incorpora en seguida y empieza toquetearme la frente y el cuello. Le pego un manotazo. ¡Pero bueno!

-¿Qué estás haciendo? Déjame en paz. Estoy bien -aseguro, aunque en realidad me muero de ganas de preguntarle cómo había llegado a la cama la noche anterior, o por qué él aún lleva la ropa de calle.

Y, lo más importante, por qué duerme tan cerca de mí.

-¿Te duele la cabeza o algo? -no me deja ni contestar, porque se pone en pie ágilmente y agarra su teléfono móvil.

En menos de tres minutos, Sam y Sabrina se presentaron en nuestra habitación y empezaron a escudriñarme con la mirada, como si me tratase de un animal al que están acechando.

-¿Se puede saber qué está pasando? -pregunto, al fin, cansada ya de tanto misterio y seccretismo. Sabrina, que me miraba con rostro preocupado y sentada a mis pies, fue la primera en hablar.

¡Gracias a Dios!

-Ay, cielo, ¿no te acuerdas de nada? -niego con la cabeza, pero las ganas de pegarles de bofetadas a los tres no desaparecen. Sobre todo a Sebastian, que se pasea sin camiseta de un lado a otro de la habitación. ¿Como quiere que me concentre así? Si ha salido de la ducha, que se vista en el baño. Jesús... -Ayer te desmayaste. Te dio una bajada de tensión tan fuerte que dejaste de respirar quince segundos.

-¿Qué?

Juro que no me acuerdo. Lo único que viene a mi mente es cómo Sebastian y yo nos encontramos con la pareja americana para tomar el buffet de desayuno, pero al parecere ellos desaparecieron (para hacer arrumacos, seguro), y me quedé sola en la mesa de la cafetería. Entre tanto, Sebastian se había ido a "ligar" a unas chicas, las cuales quise advertir, pero mi café estaba demasiado bueno.

-Lo que oyes. ¿Alguna vez te ha pasado algo parecido? -pregunta Sam, y niego con la cabeza, estupefacta. -Pues no lo entiendo...

-Espera -dice Sebastian, y se frena en seco en medio de la habitación. Esta vez lleva puesta una camiseta negra que le marca los abdominales. Hmmm...

¡Natasha!

-¿Quién era el tío que fue a hablar contigo a la mesa?

Hago de memoria, pero no recuerdo su nombre con claridad.

<<Sí, supongo que no has puesto que vas al baño cada día en un trozo de papel...>> eso había dicho el misterioso muchacho.

-Sé quién dices, pero no recuerdo su nombre... -me quito la sábana de encima y me mojo la cara con agua, en el baño, para despejarme. No tengo mal aspecto, dentro de lo que cabe. Aunque el pelo rubio está un poco despeinado, y el maquillaje de los ojos corrido, sigo estando estupenda.

-¿Qué intentas decir, Sebastian? ¿Qué alguien intenta hacer daño a Nat? -pregunta Sam, rascándose la barba incipiente. Vuelvo a la habitación y me siento en uno de los sillones, al lado de Sebastian. Él mira pensativo uno de los cuadros de la pared.

Aunque no es el momento, me recreo con su presencia. Tiene la mandíbula tensada, y los pómulos bien perfilados. Se humedece los labios con la lengua, y mis piernas en ese momento, se vuelven de gelatina.

Diario de una espía©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora