Magia en Navidad - Irene Navas

219 29 5
                                    

Despertar y ver que era 24 de diciembre no era el mejor de los regalos para mi vida

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Despertar y ver que era 24 de diciembre no era el mejor de los regalos para mi vida. Después de la muerte de mis padres en aquel accidente de coche —maldito alcohol— mi vida había empezado a carecer de sentido. A pesar de que ya tenía dieciocho años y un trabajo en una editorial —el sueño de mi vida— me sentía insatisfecha. Necesitaba algo por lo qué sentirme viva.

Como cada mañana, iba al baño y me tomaba mi pastilla, antidepresivos, que me había recetado mi psiquiatra después de mi intento de suicidio; luego me engullí diez pastillas de paracetamol.

Era sábado, así que no tenía trabajo. Como habitualmente lo hacía, decidí bajar a la cafetería de al final de la calle. Al entrar por la puerta ya se veía algo que llamaba la atención: una camarera pelirroja, con una sonrisa de mejilla a mejilla, un cuerpo de escándalo y unas pecas sobre su rostro. Era una mujer digna de admirar. Sí, siempre me quedaba atontada mirándola. Quizás ella fuese mi único motivo para no dejar este mundo, a pesar de que las únicas palabras que nos habíamos dirigido eran ‹‹¿Qué desea tomar?›› y ‹‹Un café con leche, por favor››.

Siempre me atendía ella y yo principalmente pedía mi típico café con leche, amargo pero no demasiado. Por lo general, esa mujer tenía palabras amables con las cuales alegrar el día a día. Poseía unos ojos que brillaban con ilusión y una melena roja como el fuego, amarrada en una coleta.

Al salir de aquella cafetería tan agradable, un hombre vestido de Santa Claus —la verdad, un disfraz muy bien logrado— me paró.

—Hola, chica. ¿Qué desearías para esta Navidad? Escríbelo en esta carta y yo me encargaré de hacerlo realidad.

—Lo siento, pero no creo en la "magia de la Navidad" —dije de modo sarcástico.

—¡Venga! Por intentarlo no pasa nada.

Cogí la carta y el bolígrafo, y me puse a escribir.

—A ver si consigues hacer esto realidad.

Le di de manera tosca la carta. Obviamente lo que yo quería jamás podría tenerlo.

 Obviamente lo que yo quería jamás podría tenerlo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Frustrada, llegué a mi apartamento. No pude evitar tirarlo todo por el suelo.

¿Por qué tanta soledad? Pegué puñetazos a la pared. ¿Por qué tenía que sentirme así?

Grité y no paré hasta que mis cuerdas vocales se vieron resentidas. Entonces, pensé en aquella chica de la cafetería y mi mundo pareció relajarse un poco. Luego me senté en la esquina de mi habitación llorando como una niña.

—Papá... Mamá...

No sé cuándo me desperté, pero tenía todo el cuerpo adolorido a causa de haberme quedado dormida en esa posición

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No sé cuándo me desperté, pero tenía todo el cuerpo adolorido a causa de haberme quedado dormida en esa posición. Al verme en el espejo, incluso me asusté. Tenía una pinta horrible: los ojos hinchados y rojos, la nariz enrojecida y unas ojeras enormes.

Me maquillé un poco y salí a la cafetería. Pensé al menos ver a aquella chica, mi única alegría de la Navidad.

Y como lo esperaba, allí estaba: la mujer de la cual me había enamorado, solo dirigiéndonos dos frases estúpidas y preparando café —el más bueno de la ciudad.

Me senté en la misma mesa de siempre, la última al lado de la ventana.

—Alba, has acabado tu turno. Ve a disfrutar de la Navidad.

—¡Gracias!

Así que Alba era su nombre. Dije un ‹‹¡Mierda!›› muy bajito. Solo estaba aquí para verla. Pero, de repente apareció ella sin su uniforme y con un café con leche en la mano.

—Hola. Imaginé que pedirías esto —habló con una sonrisa muy amplia.

Avergonzada, aparté la mirada y susurré un ‹‹Gracias››.

—¿Puedo sentarme?

—Si quieres...

Yo estaba demasiado desconcertada. ¡Tenía las mejillas rojas!

—Nunca me he presentado cordialmente. Me llamo Alba, encantada de conocerte.

—Diana, igualmente.

—Siempre te veo sola, así que pensé que querrías tener un poco de compañía.

—¿No deberías estar con tu familia? Es Navidad.

—Bueno... mis padres viven lejos de aquí y con el trabajo no podía coger un billete de tren. ¿Y tú?

—Mis padres murieron.

Pensé que dije lo último muy bruscamente.

—Ah... lo siento.

Su cara formó una mueca de tristeza. ¡No debería haberle dicho eso! Pero, de un momento a otro, su cara se sonrojó un poco y bajó la mirada. Tímida me dijo:

—Sé que es un poco repentino, pero... ¿Te gustaría pasar la Navidad conmigo?

Mis ojos se abrieron de par en par. Me acordé de la carta que le escribí a aquel Santa Claus.

"Esta Navidad lo único que deseo es no estar sola. Quiero que una persona, me da igual quién sea, me acompañe en este día, para no sentarme sola delante de ese maldito televisor como lo hago cada noche y llorar hasta quedarme dormida. Ansío dejar de tomar aquellas pastillas, que lo único que hacen es dejarme más cansada. Esta vida mía es demasiado triste, aburrida y solitaria. Dame a alguien que me saque de esta monotonía permanente en la que se ha convertido mi vida.

Solo quiero a alguien en mi vida, alguien en quien confiar. Por favor ayúdame."

Miré por la ventana hacia fuera. Entonces lo vi, a Santa Claus. Me guiñó un ojo. ¡Fue ahí cuando me di cuenta de todo!

—Diana, ¿quieres? —insistió Alba.

Con una sonrisa enorme le respondí:

—¡Claro!

Después de todo, estas navidades no serían tan malas.

FIN

Antología "Luces de Navidad"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora