Precioso Regalo - Gabriela Sánchez

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Papá y mamá le dicen a mi hermanito que Santa existe

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Papá y mamá le dicen a mi hermanito que Santa existe. Lo hacen cada noche del diciembre que aún transcurre. Entonces, ¿por qué rayos mi primo Eric dice que es mentira?

Noche a noche, junto a mi almohada, me resisto a creerle al malvado Eric. Mis padres jamás me pifiarían, ¡Santa nunca me fallaría!

Un 24 de diciembre por la mañana sigo dubitativo, mareado en un vaivén de pensamientos. Con nueve años ya soy todo un hombre. No debería estar dudando de la fuerza de mi espíritu, no debería perder la magia de creer en Santa, ni tampoco en la Navidad.

He pasado mis vacaciones invernales en casa, leyendo los ejemplares de Harry Potter con una buena taza de chocolate tibio hecha por mamá. Carl y Louis me han invitado a jugar a los muñecos de nieve, pero he preferido no salir. Ni siquiera he jugado con Irina, mi molesta vecina, a quien mamá se ha empeñado en invitar a mi casa.

Sentado en el sofá y perdido entre las páginas de "La Orden del Fénix", escucho el lejano ruido de la puerta principal. Los pasos sonoros de mi padre anuncian su llegada.

―Eh, campeón... ¿Adivina qué te traje? ―Me giro curioso para intentar mirar qué esconde detrás―. Tienes que adivinar... No trates de ver, tramposo.

Sólo le pido a Dios que sea un libro nuevo.

―Papá, no soy hechicero como Potter ni mucho menos clarividente.

Resoplo frustrado acomodándome mis gafas. Coloco mi lectura sobre la mesilla y me levanto para abrazarlo.

―¡Pequeñín amargado! Eres más ácido que un limón, Klaus. ―Papá ríe. Entonces me suelta de sus brazos y me extiende un pequeño paquete rectangular―. Feliz Navidad.

Quiero responderle que aún no es medianoche, pero mi emoción es tan grande que arrojo a mi terquedad lejos. Como puedo rasgo la envoltura.

¡Por Dios! ¡Es el clásico de Charles Dickens! ¡Guau! ¡Qué regalo!

Me lanzo a sus brazos de nuevo.

―¡Gracias! ¡Gracias, papá! ¡No sabes cómo necesitaba esto!

―Si hubiese sabido cuán contento te pondrías, te hubiera regalado uno antes.

Se carcajea y provoca que la sala vibre con su armoniosa risotada.

―No lo entiendes. De verdad es muy importante que recupere mi espíritu ―susurro angustiado.

―A ver, Klaus, explícate. ―Se interesa arrodillándose a mi altura.

―¿Me creerás? ―Asiente. Suspiro aliviado, quizá entienda la gravedad―. Papá, esto es serio... Mi espíritu navideño está agrietado ―confieso. Él frunce el ceño―. Eric, ese primo grandulón con aspecto de Grinch, jura que Santa no existe.

―¿Y tú le crees? ―cuestiona inalterable.

―No ―musito―. Pero de todos modos él dijo cosas feas que, aunque me niego a creerlas, cada noche me persiguen en horrorosas pesadillas.

Antología "Luces de Navidad"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora