Hoy vi un duende - Pierina Bacigalupo C.

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Un insomnio se apoderó de mí ese 24 de diciembre, en las vísperas navideñas

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Un insomnio se apoderó de mí ese 24 de diciembre, en las vísperas navideñas. Las luces de Navidad tan incandescentes de mi vecino no me dejaban dormir.

Todos a esas horas estaban despiertos, disfrutando de la Navidad y esperando con ansias las doce; pero para mí era un día más, uno cualquiera. Eso debido a que era agnóstica y no creía en ninguna de esas creencias que se inventaban en esas festividades. Porque en realidad, Dios no existía, la Navidad fue y sería solo una estrategia de marketing que disfrazaban de amor y de paz, cuando solo aumentaba el consumismo de las masas.

Decían que en la Navidad los regalos no importaban; pero, por más que me lo negaran, la Navidad no sería lo mismo sin el pavo o los regalos, por más "familia amorosa" que tuvieses.

A través de mi ventana, recostada en mi cama, observé cómo, a esas horas tan altas de la noche, las luces resplandecían más que nunca; sentía que me incendiaban las retinas. No habría caso seguir viendo esa falsa felicidad ajena en mis vecinos; entonces cerré mi ventana y le coloqué la cortina para adentrar la oscuridad en mi casa.

Justo cuando cerré los ojos, unas agudas musiquitas navideñas, incluidas en las luces, ensordecían mis oídos... ¡Lo que me faltaba! Me tapé con la almohada mis orejas para no escucharlas más. Por fin sentí paz, aunque me encontraba en una posición muy incómoda para dormir. Tal vez sonara como el Grinch, pero cómo detestaba la Navidad.

El reloj marcó las doce, o eso debió de ser porque los fuegos artificiales y deseos plásticos de una Feliz Navidad abrumaban el ambiente. Ni todo el algodón en mis orejas podía impedirme oírlo todo, mucho menos el sonido de un impacto feroz contra el suelo que se oía demasiado cerca. Sea quien sea, fue en mi casa.

Suponiendo que sería una broma de mis vecinos —que siempre me trataban con desprecio en Navidad por mis ideologías— me dirigí a la sala para ver qué rayos pasaba.

El interruptor de encendido de mi sala estaba por la sala principal y, por ende, debía recorrer toda mi sala a oscuras. Yo conocía mi casa como la palma de mi mano, no chocaría ni con la pata de la mesa contra mi dedo meñique del pie.

No quise darle un efecto tenebroso por mi forma de andar; no obstante, se podían visualizar sombras de una persona escabulléndose de un lado a otro. Empecé a escuchar risillas infantiles y cómo botaban algunas cosas mías a su paso.

Seguro era un niño, sobre todo en Navidad se volvían insoportables.

—No me das miedo. Deja de bromear, mocoso —ordené en medio de mi sala.

El intruso siguió saltando de un lado a otro. ¡Qué detestable! Ni se inmutó ante mis palabras.

Seguí avanzando hasta la puerta principal y, justo cuando iba a encender las luces, una voz chillona y rara finalmente me respondió:

—Eso lo sé.

Prendí la luz y ahí estaba. Era una figurilla de un hombre que apenas sobrepasaba mis rodillas. Lucía unas vestimentas roja y verde, demasiado pintorescas, entre ellas un gorro que llegaba a mi cintura desde su cabeza, y zapatos demasiado grandes hasta para mí. Pero, si algo realmente me espantó, fue ese asqueroso tono verdoso en su piel.

Antología "Luces de Navidad"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora