Ting-Tang y Noelia - Annabel López

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—¡Vamos! ¡De prisa, de prisa! —gritaba nuestro encargado de sección—

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—¡Vamos! ¡De prisa, de prisa! —gritaba nuestro encargado de sección—. ¡Solo nos queda hasta el anochecer!

Ese era el tercer año que trabajaba en la fábrica de juguetes de Papá Noel, y ya sabía que el día de la víspera de Navidad era un caos: acabar los pedidos pendientes, encajar y envolver los juguetes, colocarlos en su lugar exacto en el saco mágico y, por último, cargar el trineo sin dañar a los renos.

En realidad, los últimos días de estrés en la fábrica eran una excepción, ya que el ritmo de trabajo el resto del año era pausado. A mí no me disgustaba mi trabajo, estaba en la sección de bloques de construcción. Me encantaba verter el plástico líquido en los moldes para hacer piezas de diferentes formas y colores.

Pero, la verdadera razón por la que me quedé en la gran fábrica de juguetes del Polo Norte fue por Noelia. La primera vez que la vi me la quedé mirando fijamente: nunca había visto a una niña humana tan bella: pelo lago y negro, una piel blanquísima y una figura pequeña y frágil. Aunque lo que llamaba verdaderamente la atención en ella era su enorme, preciosa y pícara sonrisa. Sí, sabía que estaba totalmente enamorado, desde la punta de mis mocasines hasta el cascabel del gorro.

¿Quién era Noelia? Normal que me lo preguntéis, ya que en las leyendas nunca se hablaba de ella. Pues era la hija de Papá y Mamá Noel, y bueno, de aquí venía su nombre. En realidad, era hija adoptiva y sólo el matrimonio Noel sabía su verdadero origen. Pero claro, como era normal en esos casos, había varios rumores sobre su procedencia: algunos decían que era la hija de una ninfa; otros, que era medio demonio; y otros más, que era una niña humana corriente a la que una bruja malvada lanzó una maldición. El caso era que Noelia era una niña que no podía crecer, aparentaba unos once años humanos, pero tenía cientos de años. Imaginaba que precisamente por eso la adoptaron: qué mejor que una niña eterna para probar y opinar sobre juguetes.

A mí, personalmente, no me importaba de dónde venía, sólo sabía que, cuando la veía, sentía un cosquilleo en el estómago, las piernas me temblaban y me ponía muy nervioso. Me volvía torpe en su presencia, y cuando hablaba con ella, me entraba la timidez e incluso a veces tartamudeaba. ¡Ay, Noelia! ¡Hasta su nombre era la palabra más maravillosa del universo!

Bueno, volviendo a la Nochebuena, ya habíamos acabado de envolver los juguetes. Entró Noelia, le dijo algo a mi encargado y entonces gritó:

—¡Ting-Tang! ¡Ayuda a la señorita a llevar y colocar los paquetes en el saco mágico!

En ese momento me sentí muy feliz. ¡Noelia había pedido que yo la ayudara!

Recogimos los paquetes y salimos al exterior. El saco estaba al lado del trineo, en el que ya estaban los renos enganchados.

—¿Te parece bien que me meta en el saco para colocar los regalos mientras tú me los pasas? —me preguntó Noelia.

—De acuer... de acuerdo.

Antología "Luces de Navidad"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora