No te marches - Lenimar

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Sintió amargura, todo por no tener lo que el resto sí

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Sintió amargura, todo por no tener lo que el resto sí.

Compañía.

‹‹¿Cuál es el sentido de celebrar Navidad o Año Nuevo si se está solo?››. Ese pensamiento siempre consumía a Francisco. En sus recuerdos no había navidades cálidas ni fiestas divertidas; lo que había en lugar de eso eran duros momentos de trabajo para cuidar de su familia: su madre.

Ellos habían quedado solos luego de que su padre y hermano fueran asesinados, tomaron la decisión de seguir el camino fácil, el peor. Francisco no quiso ser igual a ellos, trabajó duro y honradamente como se debía y eso enorgulleció a su madre, quien en una víspera de Navidad enfermó.

—Sé bueno, cariño —le susurró acariciando su cabello—. Siempre sé agradecido. Sé bueno.

¿De qué le había servido ser bueno? Se había quedado solo.

¿De qué debería estar agradecido? Una fuerza superior le había arrebatado a la mujer que más amaba en ese entonces.

Sus vivencias lo habían convertido en lo que era ahora: un hombre frío y ácido.

Sopló su taza de café intentando disipar sus recuerdos como se hacía con una espesa nube de vapor.

Era víspera de Navidad y el dolor en su pecho no se iba.

Se encontraba sentado en su cómodo sofá reclinable viendo hacia la ciudad por su enorme ventana. Todo el apartamento se encontraba en completa oscuridad. Oscuridad que lo confortaba.

Dejó la taza de café de lado y cerró sus ojos, contando el tic tac de su reloj, esperando poder dormirse para que su sufrimiento acabara rápido: pero, un ruido lo hizo tensarse y abrir sus ojos con rapidez. Apretó los labios.

La ventana, que daba a la escalera de incendio, se encontraba abierta. Alguien estaba osando irrumpir en su apartamento.

—¡Oh, vaya que está oscuro! —Una voz, suave como el caramelo, lo hizo ponerse de pie—. ¿Podrías encender las luces, tesoro? Temo tropezar.

Francisco se encontraba anonadado. ¡Esa voz era de una mujer!

—¿Quién es usted? —preguntó con firmeza. Con una palmada las luces se encendieron, dejando ver a una castaña sonriente—. ¿Qué hace en mi apartamento? ¡Fuera!

Ella lo miró incómoda.

—Soy Adeline, ayudante 301.

Francisco arrugó su frente ante el saludo militar que le ofrecía la castaña mal vestida.

—Estoy aquí para buscar tu carta de Navidad.

Parpadeó, perplejo.

—¿Mi carta? ¿Está usted loca? —atacó—. Si no se va ahora mismo, llamaré a la policía.

Antología "Luces de Navidad"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora