Buscando una estrella - Alazne González y Cristhoffer Garcia

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Las navidades en el orfanato siempre fueron muy divertidas y este año no serían la excepción si podía evitarlo

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Las navidades en el orfanato siempre fueron muy divertidas y este año no serían la excepción si podía evitarlo.

Caminábamos bajo el incremente frío invernal, resueltos a llegar al centro comercial, el único lugar que estaría abierto a esa hora y, como indicaba mi reloj, faltaba poco para que cerrara sus puertas.

—¡Espérame, Paola! —llamó Ricardo sin aliento, acelerando para alcanzarme.

Me detuve un instante para tomar aire y volteé para observar a mi lento acompañante. Le había aventajado unos treinta pasos y, aunque para la mayoría de los chicos eso hubiera sido motivo de vergüenza o molestia, él sonreía divertido.

—Eres una tortuga, Ric —le dije en tono de burla.

—Soy una... tortuga ninja —contestó sin aliento, arrancándome una risa tonta.

Nuestros ojos se encontraron y al instante me sentí cautivada. Una fina capa de sudor cubría su frente. Tenía las mejillas ruborizadas y la devoción con la que me miraba rememoró el cariño que compartimos cuando éramos niños.

—¡Vamos, no volveré a dejarte atrás!

Sujeté su mano y lo arrastré a mi ritmo el resto del recorrido.

Cuando mis padres adoptivos anunciaron que no regresarían de su viaje a casa de la abuela a tiempo para Navidad, debía admitir que me embargó un sentimiento de profunda tristeza. Sería la primera ocasión que no celebráramos esas fiestas juntos y estaría totalmente sola, pero papá sugirió que fuera al orfanato y ayudara a la directora. Estaba en lo cierto.

A pesar de no tener una familia, la señora Meléndez lograba que cada celebración en el orfanato fuera inolvidable. Abundaban las risas y los juegos; los regalos, aunque modestos, siempre acertaban, aún conservo la...

El cornetazo de un auto y un fuerte jalón del brazo me trajeron a la realidad. De pronto, Ricardo me rodeaba entre sus brazos con una expresión de preocupación y miedo en el rostro. Percibí el olor a jabón de manzana que usaba y, al tener sus apetecibles labios tan cerca, la tentación de besarlos fue enorme.

—¿Pao, te encuentras bien? —preguntó con sus ojos marrones claros traspasándome.

—Sí, iba... distraída.

—Me di cuenta.

Ric sonrió con timidez, liberándome del abrazo. Tomó mi mano y esta vez cruzamos la calle con precaución.

Llegamos al centro comercial quince minutos antes de que cerrara y sonreímos al ver que la quincallería estaba abierta.

Había una larga cola para pagar, Ricardo se quedó en ella mientras yo recorría los pasillos buscando el artículo navideño que nos faltaba.

Horas antes ese mismo día, la señora Meléndez me recibió con un fuerte abrazo, contenta por verme de nuevo. El lugar seguía tal y como lo recordaba: niños corriendo de un lado para el otro y pisos con olor a desinfectante. Era una casa antigua de dos niveles, amplios ventanales y una espaciosa sala de estar, donde el bullicio era general. El muro de la imaginación, la pared donde los niños tenían permitido expresar lo que fuera, menos palabrotas, tenía innumerables dibujos navideños y por encima de todos ellos brillaba una enorme estrella.

Antología "Luces de Navidad"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora