Comenzaré admitiendo dos cosas sobre mí: primero, siempre he sido un escritor solitario; y segundo, dado que soy patético, solía tener la costumbre de organizar cada año una fiesta de Nochebuena en mi casa para no pasarla solo. Eran celebraciones tan ambiciosas, que no tardaron en convertirse en una tradición para gran parte de los pueblerinos de Malledos.
Sin embargo —y aun siendo yo el anfitrión—, al principio no me parecía que mereciese una excitación superior a la de cualquier otro festejo. Pero eso fue hasta que, varias navidades atrás, cuando tenía veinticinco años, se presentó un nuevo rostro de entre los ya tan conocidos: Yann Bonheur, un francés que fue invitado por una pareja que le gustaba pasar sus vacaciones en España. Cuando fuimos presentados, he de confesar que él no causó nada en mí más allá de la típica curiosidad que suele haber en torno a los extranjeros.
Cada Nochebuena él era el foco de atención, bailaba con cada mujer en la fiesta y después bebía con los hombres varias copas de cava, y no me sorprendía descubrir que debió compartir su lecho con varios de ellos. Fue hasta su tercer año con nosotros que me lo encontré invadiendo mi terreno: fumaba en el patio trasero contemplando ensimismado el paisaje. Estuve a punto de huir cuando él me invitó un cigarrillo.
Nuestras conversaciones nunca habían ido más allá de breves diálogos dichos por mera obligación social, por lo que me sorprendí bastante cuando empezó a explayarse sobre un tema referente a la nostalgia. Me perdí en su propia manera de perderse, en esos ojos concentrados, en esa voz novedosa por su acento y por esa gama de palabras extrañas que soltaba de vez en vez.
Pasé todo un año esperando la siguiente Nochebuena. Yann volvió a presentarse y estuvo tan dispuesto como yo a que pasáramos juntos la velada entera, compartiendo humo y opiniones. Después de dos navidades más con esta misma costumbre, él rompió la "rutina" y se quedó en Malledos hasta Año Nuevo; no nos separamos ningún día y le mostré cada secreto que poseía el pueblo, haciéndonos más cercanos sin saberlo.
Cuando tuvo que partir a Domme, quise creer que se llevaba con él la mitad del vacío que se quedaba conmigo. Pasé todo el año carcomiéndome la cabeza, luchando contra mí mismo, sublevándome contra mis propios sentimientos por la sola indecisión de no saber cuál sería su reacción si llegara a recibir correspondencia de mi parte. Así terminé una noche entre colillas de cigarrillo y libros con olor a moho, redactándole una carta de mi puño y letra que contenía mis más vivas divagaciones acerca del amor que cada día y cada noche se hacía más latente.
El siguiente año, mientras esperaba su llegada con el nerviosismo típico de un enamorado, no terminaba de decidirme en si debería entregarle la carta que no me atreví a enviarle en los más de trescientos días. Pero todo dilema se esfumó cuando lo vi llegar acompañado de una mujer, Didiane, que presentó como su novia. Nuestro reencuentro fue una cosa insulsa y decepcionante; hablamos como si ayer mismo nos hubiésemos visto y ya no tuviéramos nada que decir.
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Antología "Luces de Navidad"
RomanceCon mucha anticipación, nos preparamos para las llegadas de las fiestas de fin de año, y con ello la convocatoria de nuestra segunda antología "Luces de Navidad". Convocatoria cerrada. Gracias por su participación.