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En la parte más alta del bosque se encuentra una casa, un pequeño palacete que durante mucho tiempo ha servido para ocultar la verdad que su propietario, el Señor Ciga, mantenía en secreto.

Los pueblos de alrededor contaban historias sobre esa casa y lo que hacía el viejo Señor Ciga cuando se encontraba en la cima del monte. Este hombre, a pesar de tener tanta edad era alguien fuerte, al que se le veía joven y sano, aunque se apoyaba sobre un bastón de madera de roble. Su esposa era una mujer agradable que siempre había sido bella por su rubio cabello y su piel pálida, siempre iba al pueblo y pasaba el tiempo con la gente de allí pero un día no apareció y no se la volvió a ver. Este hecho no alertó a los ciudadanos hasta que sus hijas pidieron ayuda, y como su madre también desaparecieron. El Señor Ciga se escondió en su palacete y despidió a todos sus sirvientes a excepción del más joven. Un joven de complexión delgada, cabellos oscuros y ojos castaños. Se encargaba de todos los recados que su señor le mandaba pero nunca entraba en la casa. Las personas de los pueblos pensaron que él las mató o las secuestró. Los rumores iban a más, y la curiosidad por saber la verdad hizo que una noche fría de invierno el joven sirviente del Señor Ciga entrara en la casa mientras el hombre supuestamente dormía. El joven no encontró nada, todo parecía normal hasta que encontró una puerta, una puerta grande, dura y de metal, el joven se encontraba en el sótano. "La puerta es diferente a todas las demás y no tiene nada que ver con la decoración de la casa, ¿para qué servirá?" pensó al verla. Intentó abrirla pero no pudo, estaba cerrada con llave. En ese momento oyó unos pasos que bajaban las escaleras, era el Señor Ciga que le había oído entrar. El joven buscó un lugar para esconderse y cuando lo encontró ya era tarde.

- Diego, ¿qué haces aquí? - Dijo el Señor Ciga sorprendido y un poco enfadado. - ¡Vete, fuera!

- Señor Ciga perdóneme, pero tenía mucha curiosidad. ¿Por qué nunca me permite entrar en su casa?

- No le interesan mis motivos. ¡Fuera! - Levantó el brazo y señaló la puerta que estaba abierta arriba de las escaleras.

Al levantar el brazo la camisa del Señor Ciga se abrió y Diego pudo ver la llave que colgaba de su cuello, coincidía con la cerradura de la puerta cerrada. El Señor Ciga no acompañó a su sirviente hasta la salida, se quedó en el sótano mirando la puerta de metal.

Al día siguiente Diego subió al palacete tan temprano como cada día y como cada día el Señor Ciga le recibió con una sonrisa. Pasaron meses, incluso años y todo estaba bien como si aquella noche no hubiese pasado.

 Pasaron meses, incluso años y todo estaba bien como si aquella noche no hubiese pasado

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El palaceteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora