• Capítulo 1: Rutinas •

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Me levanté de la cama con sigilo, apartando la mano que me agarraba por mi piel desnuda enrollada en mi cintura, me senté en el borde de la cama echando una mirada a quien había sido mi última presa. Era bastante mono.

Su pelo moreno caía agotado de aquella noche por su frente y aunque no recordaba el color de sus ojos, sabía que eran seductores por sus largas pestañas. Moví la cabeza intentando disipar la resaca que iba a tener durante aquel día, pero como ya estaba acostumbrada a decirme a mí misma, ya mucho no se podía hacer.

Con cuidado de que el colchón no rugiera, apoyé las manos dándome impulso para levantarme a por el pantalón que había divisado en el suelo junto con mi camiseta y mis tacones negros, los recogí con cautela echándole un último repaso. Era musculoso y con atractivo trasero, ahí me acordé de porque lo había elegido para aquella noche, se irguió, automáticamente aceleré el paso con la ropa y tacones en la mano, atravesé todo su pasillo deteniéndome en observar algunos detalles, era un piso grande para un soltero sin compañero, aquel chico estaba superando mis expectativas. Giré el pomo de la puerta suplicándole a Dios de que no chirriará al moverla.

-¿Te ayudo en algo? – dijo carraspeando la voz detrás de mí, me giré con una inocente sonrisa. Estaba acostumbrada a ello, pero aun así escuchar esa grave y seductora voz hizo que me sobresaltara.

-No hace falta – contesté con una extensa y rígida sonrisa.

-¿E ibas a salir así? – dijo dando una repasada a mi cuerpo con solamente la ropa interior, se mordió el labio sin contenerse y rodé los ojos.

-Me gusta tomar el aire.

-¿Y no te gustaría volver a la cama? – en su cara resaltaba una clara sonrisa traviesa mientras que de sus ojos escapaba la lujuria y de no haber tenido la boca cerrada, hubiese dado por seguro que también la baba.

-Mira, lo lamento – dije colocándome la camiseta y el pantalón, la situación se iba a demorar – No sé qué clase de expectativas te habrás hecho, pero prefiero quedar en la anécdota de tía buenorra que seguramente expliques a tu grupo de amigos al día siguiente alardeando que fue la mejor noche de sexo de tu vida, aunque realmente ninguno de los dos nos acordemos, y dejarlo así, en una simple noche.

Vaciló algunos instantes ladeando su cabeza sopesando algo que no llegué adivinar, aunque lo intentará a través de su rostro.

-Bien, o eso creo. – dijo rascándose la nuca algo incomodado bajando su voz a la vez que arrastraba sus palabras, fingió una sonrisa bajando la voz tímidamente - ¿Podría saber tu nombre o número de teléfono?

Sonreí coqueta soltando una pequeña carcajada en un suspiro mientras se fruncía mi ceño y me moví pomposa hacía donde había una libreta junto un bolígrafo en la encimera de su cocina.

-Zaira Austin – dije entregándole el papel a cierta distancia y dedicándole una sonrisa con algo de empatía.

- Jon Swolf– cogió el papel con cautela, comprobando de que hubiese escrito mi número, cuando lo comprobó una sonrisa de triunfador se inundó en su cara.

-Bueno, pues, encantada de conocerte – dije abriendo la puerta ansiada por salir del apartamento, sin darle tiempo a contestarme, cerré la puerta.

Piqué al ascensor, mientras se demoraba en bajar, acabé por ponerme los tacones con algo de dificultad ya que habían conseguido dejarme el talón en carne viva. Intenté recordar algo de la noche anterior, pero nada. Las puertas interiores del ascensor se abrieron y tras escuchar los engranajes moverse, estos me dejaron abrir la puerta. Di dos pasos hacia delante y pude notar el dolor de mis tacones.

-Joder – dije al ver mi alborotado y enredado pelo a través del reflejo del espejo, intenté cepillármelo con los dedos, aunque daba peor resultado, parecía la digna hija de una leona con traumas con una bandada de pájaros cabreados. Bufé justo en el momento en el que los engranajes del ascensor me dejaban salir, empujé de espaldas la puerta del ascensor recolocándome el bolso.

EL NIÑO DE MAMÁWhere stories live. Discover now