• Capítulo 3: Malas ideas •

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-¿Crees que ha sido buena idea esto? - gritó mi compañero cogiéndome de la mano como modo de supervivencia y negación, ante la posibilidad de perderse o ser aplastado por todos los cuerpos alrededor nuestro moviéndose excitados, mientras nos abríamos entre aquella multitud.

La sala estaba a oscuras, la única luz que se filtraba era la que destellaban los cuerpos pintados de la gente en maquillaje fluorescente y sus prendas. Una bola de discoteca hacía brillar toda la sala reflectando puntos de diversos colores. Y una gran masa de gente se situaba debajo al ritmo de la música electrónica.

-¿Venir a la discoteca? - me gire a él bailando divertidamente mientras me metía entre el gran barullo pomposamente.

-A parte - dijo acercándose a mí - ni siquiera sabes mi nombre y ya te has subido a mi coche y me has convencido para llevarme a una discoteca.

-¿Tan raro suena? - asintió, sonreí rodando los ojos y estirando de él por un brazo atrayéndolo hacía mí - Bien ¿Cómo te llamas?

-Zac Tomson - sonrió a la vez que hacía una mueca, molesto por el volumen tan alto y en general, todo el ambiente. Su incomodidad podía olerse a millas de distancia.

-Bien, Zac Tomson, soy Zaira Austin - le extendí la mano en señal de presentación.

-Estás loca - me encogí de hombros alzando los brazos a la vez que bajaba mi cuerpo al ritmo de la música, rodó los ojos aburrido.

-¡Venga baila! - le insistí - Necesito esto, llevo un día de mierda. – me confesé, no iba a contarle mis problemas a un don-nadie, pero por lo menos debía saber el momento de mierda en el que me encontraba, pero mis palabras quedaron silenciadas por la música electrónica.

-Yo no bailo, y menos con desconocidas - de nuevo rodé los ojos, atrayéndole de nuevo por la corbata de su cuello, a una escasa distancia que pude notar su acelerada respiración le aflojé el nudo de la corbata, le saqué cuidadosamente la chaqueta marrón que traía consigo arrojándola al suelo, me miró con un rostro sereno intentando analizar mis pasos y adelantarlos.

-¡Deja de ser un aburrido, desmelénate! - me aparté de él mientras gritaba, la canción cambió haciendo un ritmo más rápido e irregular, Zac giró sobre sí mismo yéndose hacía la barra, puse morritos y luego me quedé mirándole fijamente.

No había persona más aburrida que hubiese conocido.

Unos chicos con camisetas de tirantes y tatuajes fluorescentes conjuntados con unas gafas de sol se arrimaron a mí, les sonreí ladeando mi cabeza mientras cerraba los ojos disfrutando de la música y estar rodeada como de costumbre. Lancé un grito ahogado en cuanto noté una mano envuelta en un guante de cuero sobre mi boca, ahogándome cualquier palabra y reclamación, mi mirada andaba pérdida buscando a Zac mientras me arrastraban pasando desapercibida hasta detrás de la sala. Pataleé y di puñetazos a la nada intentando disuadirme de su agarré, los otros se quedaron mirándome fijamente sin expresión en su rostro, fruncí el ceño aterrorizada e intenté morderle el dedo. Los ojos se cerraban por si solos y como última idea usé mi olfato para saber que se trataba de cloroformo, de repente un recuerdo olvidado empezó a venir a mi mente, no era la primera vez que lo había olido tan de cerca, recordaba a mi madre sentada a mi lado mientras le apretaba la mano aterrorizada porque me quitarían un diente, el dentista no paraba de sonreír y eso me hizo tener más miedo, mi madre sonreía con sus brillantes ojos y sus hoyuelos tan adorables, mi respiración se fue relajando hasta quedar en ver una gran pantalla negra.

···

Zaira. Zaira. Zaira...

La voz sonaba lejana, como si hubiese entrado en mi sueño, entonces apareció un niño, de cabellos castaños y ojos verdes, estaba sonriendo mostrando sus dientes de leche que empezaban a crecerle, mientras sujetaba una pelota amarilla entre las manos, de repente sus dientes crecieron a gran velocidad como si fuera a descompás con las horas y el tiempo fuera más rápido de lo que podía llegar a entender, sus paletas enormes de conejo ahora eran simétricas dejando ver una perfecta sonrisa, al igual que él quien ahora me superaba dos cabezas y sus ojos fueron tapados por dos vidrieras rodeadas de pasta negra, su mirada me atravesaba mirando más allá de mí horrorizado, me giré asustada y pude ver un gran edificio envuelto en llamas. Mi respiración empezaba a entrecortarse y un cristal acabado en punta se dirigió envuelto en una bola de fuego hacía mí, grité notando que mi voz era más aguda de lo que recordaba y tras abrir los ojos pude ver como aquel niño retiraba de su palma aquel enorme cristal que le había dejado la mano enrojecida de sangre y el ardor del fuego, lo miré conmocionada sin poder agradecerle ni siquiera con una sonrisa.

EL NIÑO DE MAMÁWhere stories live. Discover now