• Capítulo 13: Sin hombro donde llorar •

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Los fuegos artificiales eran los protagonistas de la noche. Llenaron todo el cielo de todos los colores imaginables acompañando a las estrellas que aquella noche brillaban como ninguna otra.

-¿A dónde me llevas? – dije entre risas con los ojos vendados guiándome por la cálida mano de Grant.

-Te gustará – me dio un fugaz beso en los labios que me hizo temblar y me tuvo callada todo el camino.

Aunque fuera verano, aquella noche reinaba una brisa fría que hacía ponerme la piel de gallina y darme a entender que no había sido buena mi elección de llevar un vestido corto rosado de tirantes finos con sandalias. Grant tampoco lo había parecido notar y yo tampoco le había pedido, por vergüenza, su chaqueta para abrigarme. Aunque debo de admitir que me molestó el hecho de que ni lo notara pero tampoco dije nada, y me limité con pensar "Pobrecillo, demasiadas cosas tiene en la cabeza", ante la excusa de que se marcharía lo que quedaba de verano a un campamento de preparación de ingeniera.

Llegamos al aparcamiento donde estaba su coche, un Mercedes Amg Gt Coupé 476 de color rojo, había estado ahorrando todo el verano para podérselo comprar y poder cumplir su sueño de llevarme a dar una vuelta. Me abrió la puerta y me senté con una sonrisa en la cara de oreja a oreja por su gesto "caballeroso". Qué asco. Se sentó enfrente del volante y encendió el coche tirando marcha hacia delante y yéndose hacia la playa.

Una vez llegamos me dispuse a abrir la puerta pero alargó su brazo para volver a cerrarla ante mi mirada perpleja.

-Debo confesarte que ni el cielo de esta noche ni las luces de los fuegos artificiales pueden brillar como tú lo estás haciendo esta noche – me miró sonriente y orgulloso de sus palabras, cosa que me encantaba, aquella seguridad en sí mismo y como sabía escoger los mejores piropos.

Me mordí el labio inferior e insegura como yo era me acerqué a él lentamente para besarlo con ternura, él no tuvo paciencia y cogió mi nuca para aproximarme a él rápidamente y juntar nuestros labios. Al principio me sorprendí pero cuando noté su lengua juguetear con la mía mi cuerpo se destenso y correspondió al beso. Se separó lentamente de mí sin dejar de agarrar mi rostro con sus manos, se quedó mirándome fijamente, se mojó sus labios y me mordió el labio inferior para segundos después volver a besarme con la misma intensidad que el anterior.

Mientras el beso estaba en su mejor momento noté su cálida mano subiendo por mi pierna y me sobresalté echándome para atrás.

-¿Pasa algo? – Me mojé los labios notando mi respiración agitada - ¿Te sientes incomoda conmigo?

¿Qué debía decir? ¿Qué si? Claramente debí decirlo, pero no quería dar a entender que su presencia me disgustaba cuando era mi pasatiempo favorito.

-No... Es sólo que no sé ¿No estamos yendo muy lejos? – hablé por primera vez expresando mi opinión, recuerdo que aparté la mirada avergonzada por preguntarlo, me pasé un mechón de pelo detrás de la oreja y sonreí tímidamente.

Él rió.

-Eres tan dulce, tan linda... Tan buena que tengo miedo de perderte – me sonrió una última vez y sin saberlo ya había caído en su juego, me había esquivado la pregunta y yo estaba cayendo en sus garras.

Estampó sus labios contra los míos con gran velocidad que sentí que me quitaba el aire, se echó para delante quitándome mi espacio vital y se acomodó en su asiento, con una de las manos que sujetaba mi rostro fue subiendo hasta el bordillo del vestido para ver si me quejaba, al no poder hacerlo por estar hipnotizada por ese beso continúo subiendo hasta mi vientre donde comenzó a acariciarlo, intensificó el beso con ansias y con la otra mano echó para atrás los asientos quedándonos tumbados. Sin darme tiempo a reaccionar separó sus labios durante escasos segundos para colocarse encima de mí, me observó una milésima de segundo y se quitó la camisa encorvando su espalda para continuar besándome con sus piernas a cada lado de mi cadera.

Tenía miedo, no podía negarlo, y aunque sentía que yo también lo deseaba de esa forma, al igual sentía que ese no era el momento para desearlo.

Sus piernas enroscaron mi cintura atrayéndola más a él, sin dejar de besarme fue estirando mis tirantes hasta que la parte superior del vestido cayó hacía mi cintura donde si no fuera por mi sujetador podía haber visto todo mi pecho al desnudo.

Sentí que el ambiente se había calentado y temerosa enrosqué mis dedos a las hebillas de sus pantalones, él cogió y se los bajó brutamente agarrando de su bolsillo un preservativo que se demoró en cortarlo.

El resto que sentí fue dolor, más dolor, placer, pasión y un cansancio enorme, dormí con mis piernas entre las piernas de Grant abrazada a su pecho desnudo como un koala que no se quiere desprender de su árbol. Pensé que todo cambiaria a partir de ahora, que nuestro amor no era solo de paso y que realmente quería pasar el resto de su vida a mi lado... Me sentí tan feliz.

Al día siguiente nos vestimos, no paraba de sonreír, en cambio Grant tenía el rostro indiferente, sin ninguna emoción ni rastro de ellas. Aparcó en doble fila enfrente de mi edificio y me dirigió una mirada rápida para que pudiera salir. Me acerqué a él para darle un beso pero giró su rostro para recoger un CD que se le acababa de caer a sus pies, así pues le di un beso en la mejilla sin quitar la sonrisa de mi cara. Me devolvió el beso en la mejilla, sin rastro de felicidad.

-Te amo, te echaré de menos amor – sonreí alzando mis mofletes como una niña, me sonrió recreando algo parecido a una sonrisa y asintió antes de acelerar y perderse al girar la calle.

Sin decirme nada.

La sonrisa se me borró por completo y al llegar a casa me fui directa a mi habitación donde me estiré en la cama y me tapé con una almohada donde comencé a llorar. Sentí que algo estiraba de mi vestido, Elliot con las manos llenas de chocolate me había manchado mi vestido.

-¿ERES IDIOTA? ¡MIRA LO QUE ME HAS HECHO EN EL VESTIDO! – le grité sin pensar en lo que hacía. Elliot me miro durante unos segundos y empezó hacer un puchero que rápidamente se convirtieron en sollozos, lágrimas y gritos desconsolados. Abrí la boca arrepentida y empecé a gritar su nombre pero él ya corría por toda la casa buscando a papá.

Me levanté de la cama y empecé a correr tras él para evitar que viera a papá, abrió todas las puertas de la casa y se dio con algún que otro mueble, pero eso no le impidió que siguiera corriendo en busca de papá. Por último abrió la puerta de su dormitorio, papá estaba tumbado en la cama, con las botellas de cerveza por su cama, otras en añicos en el suelo y otras que ni llego a beberse del todo, Elliot estaba descalzo así que aun sabiendo que me pegaría lo cogí en brazos. Papá parecía dormido, pero sus pastillas esparcidas al lado de la mesita de noche no decían lo mismo, eran antidepresivos, se los había recetado el psicólogo, pero no hacía más que hundirle la vida. Me mojé los labios observando por última vez antes de salir de su habitación la imagen de mi padre, tan destrozado, tan poco él, tan poco vivo.

En ese momento eché de menos a mi padre. Y sobre todo a la causante de que estuviera así, mi madre.


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Siempre que escribo sobre el pasado de Zaira, hago referencia a su madre al final de todo, como la causante de que su vida diera un giro de 180º. Creo que a todos nos sucede lo mismo cuando una persona importante se va, diciendo o no adiós, y nos toca adaptarnos a nuestra vida de la manera más fácil posible, más fácil pero no menos dolorosa.

Y como siempre un poco de spam.

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EL NIÑO DE MAMÁWhere stories live. Discover now